domingo, 15 de julio de 2018

BOLÍVAR PERIODISTA




            Cuando Bolívar nació (julio de 1783) no existía en Venezuela la imprenta, ese maravilloso instrumento inventado a mediados del Siglo XV por el alemán Juan Gutenberg. Por lo tanto, el periodismo impreso prácticamente era desconocido en nuestro país.
            Bolívar conoció la imprenta en España, cuando viajó allá por primera vez a la edad de 16 años. Para entonces, 1799, reinaba Carlos IV. Tenía la península ya una tradición periodística y el diarismo pasaba de los 40 años. Basta con decir que en 1500, a 30 años de la muerte de Gutenberg, había en Europa 1.200 imprentas en más de 200 ciudades. Además, la península ibérica tenía, por su proximidad, la influencia de Inglaterra, donde el diarismo iniciado el 21 de marzo de 1702 por Elizabeth Mallet había adquirido gran impulso. Para fines del siglo XVIII circulaba el celebérrimo “The Times”  fundado en 1785 por el escocés John Walter y el cual se convirtió en el precursor de todas las innovaciones periodísticas trascendentes.
            Cuando Bolívar regresó de Europa en 1803, casado con María Teresa, aún a Venezuela no había llegado la imprenta. Sin embargo, otras ciudades americanas la tenían. La primera en tenerla fue México en 1536 seguido del Perú en 1581; las Colonias Inglesas de América del Norte en 1638; Guatemala en 1667; Paraguay en 1705; Nueva Granada en 1738; Brasil en 1747; Ecuador en 1755; Las Antillas en 1765; Buenos Aires en 1766; Trinidad en 1789 y Caracas en 1808,  casi de última, no obstante que Venezuela en 1709, a través del Colegio de Abogados de Caracas, se venía planteando la conveniencia de traer directamente una imprenta de la Península. Sin embargo, la monarquía estimaba contraproducente hasta entonces, instalar una imprenta en Venezuela, y la posibilidad si hizo más difícil cuando a raíz de las primeras tentativas de Independencia, el Tribunal de la Real Audiencia de Caracas prohibió la importación y divulgación de todas clase de libros o impresos que se refirieran directa o indirectamente al Gobierno de España y a la independencia de sus colonias. Los infractores se exponían a tremendos castigos que iban desde las fustigaciones hasta el presidio y aun la muerte.
            El primero que trató de introducir una imprenta en Venezuela fue Francisco de Miranda en su accidentada expedición de libertad. Esta, junto con el Leander, debió subastarse en Trinidad para pagar el fracaso de la tentativa de Independencia. Allá en Puerto España la adquirieron después los tipógrafos Mateo Gallaguer y Jaime Lamb,  quienes asociados obtuvieron autorización del Capitán Juan de Casas, gobernador de la provincia, para instalarla en Venezuela. En ella se editó desde el 24 de octubre de 1808 hasta el 3 de enero de 1822 la Gazeta de Caracas.
            Este primer vástago del periodismo venezolano habría de afrontar muchas dificultades. Comenzó por ser órgano informativo y luego por efecto de la guerra de Independencia se trasformó en órgano de combate. De esta gazeta nacida bajo la égida de la Capitanía General habrá de salir en letras de molde el grito de la revolución emancipadora; del 19 de abril de 1810 al 5 de julio de 1811, periódico de la Junta Conservadora de los derechos de Fernando VII; de esa fecha hasta el fin de la Primera República, órgano de Gobierno Independiente de Venezuela; de octubre de 1812 hasta los primeros meses de 1813 pasó a ser tribuna de las fuerzas realistas; de aquí a 1814, órgano del Gobierno de Bolívar; después otra vez realista hasta el 29 de junio de 1821 que el Libertador hizo su entrada triunfal en Caracas.
            Al lado de la Gazeta de Caracas surgieron posteriormente al 19 de abril de 1810 el “Semanario de Caracas”, editado desde el 4 de noviembre de 1810. En menos de un año salieron 30 números redactado por Miguel José Sanz y José Domingo Díaz. Con este hebdomadario se inició el periodismo independiente en Venezuela.
             “El Patriota de Venezuela”, órgano de las Sociedades Patrióticas, eminentemente político, redactado por Vicente Salias y Antonio Muñoz Tébar; “El Mercurio Venezolano”, de carácter político, redactado por Francisco Ismardy, “El Publicista” del Congreso Constituyente de Venezuela, editado el 24 de julio de 1811; “El Patriota Cumanés”, editado en la ciudad de su nombre y del cual sólo se conocen dos números extraordinarios, y “El “Boletín”, hoja suelta impresa en la ciudad de Valencia por Juan Baillio. Apareció durante los días 12 y 21 del mes de mayo de 1812, ya en las postrimerías de la Primera República.
            Los patriotas y especialmente Bolívar reconocieron la importancia de la prensa y el impacto ideológico de la propaganda impresa desde los primeros momentos de la Revolución. Tras la misión especial que le tocó cumplir junto con Andrés Bello y Luis López Méndez, Bolívar habría traído de Londres (noviembre-diciembre de 1810), una imprenta, la cual estableció en Caracas en sociedad con José Tovar, ilustrado hijo del Conde Tovar.    En mayo de 1816, año de la Expedición de Los Cayos con la cual se daría comienzo a la Tercera República, trajo el Libertador dos imprentas en las cuales se editaron publicaciones en Margarita y Carúpano.     


sábado, 14 de julio de 2018

EL CORREO DEL ORINOCO


            Al año siguientes, luego de la Batalla de San Félix ganada por el General Manuel Piar y que puso la provincia de Guayana en poder de los patriotas y  centro del Gobierno Supremo, Bolívar reitera su preocupación por la falta de un periódico para divulgar las ideas de la revolución y también para combatir las campañas calumniosas e insidiosas que a través de la Gazeta de Caracas llevaban a cabo los enemigos de la causa, especialmente su redactor José Domingo Díaz, quien la dirigió desde la caída de la Segunda República hasta la entrada de Bolívar a Caracas inmediatamente después de la Batalla de Carabobo.
         El primero de septiembre de 1817 escribió Bolívar desde Angostura a Fernando Peñalver planteándole la urgencia de una imprenta que éste en octubre de ese año logró negociar y enviar a bordo de la goleta “María”. Según las relaciones de la época, esta imprenta fue comprada en Trinidad al comerciante José María Istúriz por 2.200 pesos, parte de los cuales cancelada con mulas de las Misiones del Caroní. En ella se editó el Correo del Orinoco desde el 27 de junio de 1818, bajo la dirección del Licenciado Francisco Antonio Zea, quien mientras estuvo en Angostura se desempeñó primero como miembro del Consejo de Estado del Gobierno Supremo, Presidente del Congreso de Angostura, Vicepresidente de Venezuela y Vicepresidente de la Gran Colombia. Cada vez que debió ausentarse para cumplir misión interna del Gobierno o diplomática en el exterior, lo suplantaron en la dirección y redacción del periódico de acuerdo con las circunstancias política-administrativas del Gobierno, Juan Germán Roscio, Manuel Palacio Fajardo, José Rafael Revenga y José Luis Ramos.
         El periódico contaba con Corresponsales en Puerto España (Cristóbal Mendoza), San Thomas (Vicente Tejera) y en Maracaibo la asumió Andrés Roderick después de abandonar Angostura al iniciarse el año 1821.
          Aparte de quienes escribían espontáneamente firmando sus artículos con seudónimos, destacaron como colaboradores el propio Libertador, Fernando Peñalver, quien agenció la compra de la imprenta en Trinidad; Ramón Ignacio Méndez, Antonio Nariño, José María Salazar, Luis López Méndez, Francisco de Paula Santander, Francisco Javier Yánez y J. Trimiño. Su circulación semanal (sábado) se extendió desde Angostura al resto de Venezuela, Nueva Granada y las Antillas.
         El periódico, primero que se publicaba en esta ciudad de Angostura, cabecera de la provincia de Guayana, erigida desde 1817 en Capital provisional del país, se imprimió en el Taller del propio Gobierno Supremo, puesto en manos del tipógrafo inglés Andrés Roderick y el cual venía operando desde octubre de ese mismo año en la casa del canario José Luis Cornieles, calle La Muralla, inmediata al Parque de Artillería.
          Dice el semanario en su nota editorial insertada en la segunda columna de la última página, que saldrá los sábados y publicará todo cuando por su importancia ataña a la nación, a la lucha por la independencia y los derechos del mundo.
         “Somos libres, escribimos en un país libre y no pretendemos engañar al público” –expresa, y agrega que quedará a juicio del lector discernir la mayor o menor fe que merezcan sus notas.
         Al final critica a la Gazeta de Caracas, también hebdomadario, que se edita desde 1808 y divulga ideas opuestas a la causa de los patriotas. En tal sentido opina que “el público ilustrado aprende muy pronto a leer cualquier Gazeta, como ha aprendido a leer la de Caracas, que a fuerza de empeñarse en engañar a todos ha logrado no engañar a nadie”.
         La primera plana la abre con los sucesos de la guerra en los llenos de Cojedes y Calabozo  contra el ejército del General Miguel de La Torre y donde los patriotas al mando de los generales José Antonio Páez, Manuel Cedeño y José Antonio Anzoátegui salen victoriosos destrozando con su caballería a la infantería realista, según los boletines enviados a las autoridades de esta ciudad desde el cuartel de San Fernando de Apure por Francisco de Paula Santander. También reseña aparte la embestida de los soldados de los generales Santiago Mariño y José Francisco Bermúdez en un intento por ocupar la plaza de Cumaná. 
         Publica el Correo del Orinoco en esta su primera edición recibida jubilosamente por los angostureños, una carta enviada por el Gobierno de las Provincias Unidas de Río de la Plata cuyas expresiones fervorosas a favor de la lucha de los patriotas venezolanos ha suscitado emoción. Igualmente da a conocer la respuesta del Jefe Supremo Simón Bolívar, quien despacha en esta ciudad de Angostura desde agosto de 1817.
         Informa esta primera edición del Correo, los apuros económicos en que se ha visto el General Páez para acuñar monedas con el molde de una máquina vieja desechada por el Gobierno en la segunda época de la República y del temor que tiene el Jefe Supremo de que le país vaya a inundarse con una moneda que por su imperfección puede ser contrahecha con facilidad.
         En este sentido, el Jefe Supremo en decreto que aparece en el Correo dispone la circulación de esta moneda sólo en la jurisdicción de Barinas. En el resto del país y hasta tanto se produzca una ley al respecto, se continúa con la Macuquina del antiguo régimen español y la macuquina acuñada en Caracas  en la segunda etapa de la Independencia.
         El semanario publica de la misma manera noticias de Río Negro en la que se afirma que están expeditas las comunicaciones con esa importante región fronteriza desde que el comandante Hipólito Cuevas fue por disposición del General Páez a liberar aquellos pueblos y los de Alto Orinoco.
         Los portugueses del otro lado de la frontera prometieron a Cuevas que no tomarán partido en nuestros problemas internos y que observarán una inmutable neutralidad, lo cual ha contentado mucho al Jefe Supremo ocupado ahora en la redacción de una ley para impedir el contrabando desmedido que nos viene de todas partes.
         La aparición del Correo fue recibida por los angostureños con semblante matizado de curiosidad y entusiasmo. Los primeros ejemplares se vendieron en la propia casa donde se editaba y en la Capitanía de Puerto donde también se hacían suscripciones al precio de un peso por mes.
         La goleta “La Libertad” así como la inglesa “Halifax Packet”y el bergantín francés “Ana” embarcaron paquetes del “Correo del Orinoco” con destino a las colonias y por esa vía a otros países como Londres y Estados Unidos de donde era esperado un Agente diplomático enviado por el Gobierno de James Monroe.
         La prensa de tipos sueltos trabajaba con fuentes long primer y small pica, con sus respectivas itálicas y letras blancas para títulos y epígrafes. El impresor, Andrés Roderick, devengaba 50 pesos mensuales desde el 15 de octubre de 1817 que se instaló la prensa en la casa propiedad de José Luis Cornieles,  un canario que se había refugiado con su familia en Trinidad tras el sitio y toma de Angostura por los patriotas y que luego regresó para ponerse a la orden de la República a cuyo Gobierno le puso a la orden todos sus inmueble.
         La suscripción del Correo del Orinoco costaba mensualmente un peso para los habitantes de Angostura. La gente del interior debía suscribirse por el lapso mínimo de tres meses y pagar treinta reales. Se contaba con posta para la circulación del periódico en lugares distantes.
         Las suscripciones fueron abiertas en la casa sede a  la Capitanía de Puerto y los comerciantes y personas interesadas en publicar Avisos en el Correo, debían remitirlo a más tardar la víspera de la edición, es decir, el viernes puesto que la Gazeta salía periódicamente el día sábado. La oficina de recepción de Avisos funcionaban en el propio taller del periódico.
         El premier comerciante en publicar un aviso por el Correo del Orinoco fue el señor Falconer, un sillero que tenía su taller en el sótano de la casa del Almirantazgo. El aviso decía textualmente: “El Ciudadano Falconer, Sillero, que vive baxo el Almirantazgo, desea encontrar para comprar una cantidad de SERDA. Se pagará a buen precio la de buena calidad. Angostura Junio 27 de 1818”.
         Andrés Roderick, impresor del gobierno Supremo, redobló su trabajo con el Correo del Orinoco, pues anteriormente se limitaba a imprimir Boletines, Bandos, Membretes, Decretos, Ordenanzas, Leyes, Resoluciones  y otros impresos, para lo que debió tomar previsiones entrenando ayudantes como Tomás Taverner, Juan José Pérez y José Santos e interesando en el oficio a jóvenes que supieran leer y escribir.
         El “Correo del Orinoco” que inauguró una nueva etapa del periodismo libre de Venezuela, vino a ser el segundo periódico propio del Gobierno Republicano. El primero fue El Publicista, fundado el 25 de junio de 1811 bajo la redacción de Francisco Javier Yanes y Francisco Iznardi, quien era Secretario del Congreso. En el número 2 de El Publicista se publico el Acta de la Independencia de Venezuela.
         La coordinación, redacción o dirección del periódico siempre estuvo a cargo de algún miembro de la Directiva del Congreso de Angostura o del Ejecutivo. En este caso, de Francisco Antonio Zea, Juan Germán Roscio y José Rafael Revenga, fundamentalmente.
         Constaba de cuatro páginas, texto 18x26 centímetros escritos a dos columnas hasta el Nº 11 y a 3 columnas en adelante. La suscripción costaba un peso por  tres meses para las provincias. Esto hasta la edición 91 en que el impresor Tomás Bradshaw, sustituto de Roderick, tratando de aumentar la circulación lo puso a real y medio al pregón y a seis pesos la suscripción anual.
         Roderick dirigió el Taller hasta enero de 1821 cuando recibió orden superior de trasladares a Cúcuta, capital del Gobierno de Colombia. Dejó la impresión del periódico en manos de Tomás Bradshaw, quien trasladó el Taller a la casa del Congreso de Angostura. Luego en abril del mismo año y desde el Nº 100 el taller e impresión del periódico quedó bajo la responsabilidad de William Burrel Stewart, quien lo cerró con la edición 128  del 23 de marzo de 1822, prácticamente al término de la gestión del coronel José Ucroz, gobernador de la provincia de Guayana.
         Desde el traslado del Gobierno a la Villa del Rosario de Cúcuta, se temió por la desaparición del Correo del Orinoco puesto que era una gazeta del Estado. En previsión, Andrés Roderick, animado por “algunos amigos de la patria que se han visto animados coadyuvar a su gloria”, pensó llenar el vacío dejándole a Guayana otro periódico par lo cual se elaboró un prospecto con el nombre Amor de la Patria, del cual dio cuenta el hebdomadario de los patriotas en su edición 67.
         Efectivamente, más tarde el Gobierno ordenó el traslado de la prensa a Cúcuta, pero los angostureños se movilizaron y evitaron que esto ocurriese. Fue entonces cuando se ordenó la compra de una segunda prensa en Filadelfia, la cual llegó a bordo de la goleta nacional “El Meta” capitaneada por Guillermo Wikie, en enero de 1812,  precisamente cuando el Gobierno ordenó a Roderick trasladarse con ella a Cúcuta. Sin embargo, esta prensa no llegó a su destino sino que se quedó de tránsito en Maracaibo, donde fue hábilmente aprovechada por Monseñor Mariano Talavera y Garcés, quien sería más tarde Administrador Apostólico de la Diócesis de Guayana, para editar El Correo Nacional.
         Andrés Roderick, con su recién llegada imprenta venida de Filadelfia, optó por quedarse en Maracaibo aprovechando que esta provincia de yodo y mar en poder de los realista había proclamado su independencia el 28 de enero de 1820 y por otra parte, porque eran serias las dificultades par seguir cargando hasta Cúcuta con la pesada máquina tipográfica como bien quedó evidenciado en la nota que después publicaría el Correo a manera de editorial:
         “Casi al momento mismo de proclamarse aquí la Independencia, y cuando la sabiduría del Gobierno se ocupaba en las muchas y graves atenciones que son consiguientes a la transformación política de algún pueblo, nos llegó cojo un don precioso emanado del Cielo, una de las mejores Imprentas de la República, con destino a Cúcuta para el servicio del Supremo Congreso; pero la dificultad de conducirla por caminos de tierra; la lisonjera esperanza de que venga a establecer aquí el augusto Tribunal y más que todo el ahínco del gobierno de proteger los Pueblos desde le momento mismo en que se acogen bajo el sagrado auspicio de las leyes sabias y liberales, han hecho superar obstáculos que se oponían a tan útil establecimiento”.
         Superado los obstáculos para que la imprenta se quedara en la capital zuliana, el impresor del Gobierno Supremo, de acuerdo con Monseñor Mariano Talavera y Garcés, instaló su máquina en la calle del Libertador (antes calle nueva) Nº 11) y en ella editó el Correo Nacional, prospecto que llegó a Angostura en agosto de 1821 y cuyo editorial reproduce el Correo del Orinoco en su edición 112 con esta nota al pie: “Insertamos este prospecto, no sólo con el fin de animar a las demás provincias del departamento de Venezuela a la imitación del bello ejemplo que ofrece la de Maracaibo, si no también para invitar a nuestro Compatriotas a suscribirse á un Periódico que promete á ser satisfactoriamente desempeñado”.
         El semanario estuvo circulando desde el 14 de mayo hasta el 10 de noviembre de 1821, el servicio de los intereses de la República y en una segunda etapa volvió a salir el 20 de enero de 1822. En la misma imprenta se editó Concordia del Zulia y después de la Toma de Maracaibo por el realista Francisco Tomás Morales, se editó el 23 de enero de 1822 El Posta Español que estuvo circulando durante un año.
         En 1824, Andrés Roderick abandonó la tipografía y se asoció al colombiano  José Padilla en un negocio panadero. En 1828 se marchó a Bogotá donde lo aguardaba con mejores perspectivas la tipografía de Zoilo Salazar. Permaneció en la capital colombiana hasta el día de su muerte ocurrida en abril de 1864.
         Al dejar de circular el Correo del Orinoco el 23 de marzo de 1822, la prensa donde se editaba (The Washington Press) no sirvió sino para hacer efectiva la promulgación de algunas leyes del Gobierno Regional, pues otro periódico no tuvo Guayana sino en 1838, El Telégrafo, editado en una segunda imprenta traída a Angostura por Lorenzo Ayala, a través de la firma mercantil Dalla Costa.
         Cuando el General Carlos Soublette ascendió a la Presidencia  de la República fue sugerido para trasladar la prensa a Caracas. Siendo Cumaná capital de Departamento Orinoco igualmente hubo esa intención, pero siempre los angostureños se opusieron y para que no corriese el riesgo de oxidarse por falta de actividad, el gobierno se la cedió al tipógrafo de origen veneziano, José Cristiano Vicentini, quien residía en Angostura desde 1839. Vicentini, la sumó al Taller donde se imprimió El Filántropo, periódico de los liberales que hacía oposición al gobierno del general Tomás de Heres, así como otro semanario de vida efímera.
         Para 1870 los talleres de impresión de Vicentini pasaron a propiedad de Juan Manuel Sucre, sobrino del Gran Mariscal de Ayacucho y, finalmente, la Prensa del Correo, ya superado por los adelantos tecnológicos que se operaban  en los sistema de impresión, quedó abandonada.
         A principios del siglo XX denunciaron en un periódico local que la histórica prensa se hallaba semienterrada en la casa Nº 17 de la calle Dalla Costa y el propio director de “El Luchador”, Agustín Suegart, la rescató y la acomodó en su Editorial La Empresa de la calle Venezuela. Finalmente sus descendientes, la donaron al historiador Bartolomé Tavera Acosta, quien la puso a la orden del Gobernador Arístides Tellería en 1911para que la ofreciera al Museo Nacional de la Historia en Caracas. Allá fue a tener y allá permaneció hasta el 15 de noviembre de 1973 cuando por iniciativo de la Sociedad Amigos de Guayana, fundadora del Museo de Ciudad Bolívar en la Casa del Correo del Orinoco, retornó a ese recinto donde se venera como prominente símbolo del periodismo de la patria libre.
Museo Nacional de la Prensa.
El Presidente de la República, según Gaceta Oficial 1.185, del mes de noviembre de 1981, decretó la creación del Museo Nacional de la Prensa, con sede en Ciudad Bolívar y el cual “deberá servir de núcleo de promoción y difusión  cultural dentro de modernos criterios dinámicos, creativos y pedagógicos”.
         En el mismo decreto se designa un equipo de trabajo ad honorem integrado por Ramón Castro Mata, en calidad de presidente; José Guzmán Gómez, Eduardo Jhan Montaubán, Américo Fernández, Alcides Sánchez Negrón, Elías Inatty, Leopoldo Villalobos y María Conde. Dicho equipo sería el encargado de la organización y puesta en funcionamiento del museo.
         El Presidente de la República encomendó la ejecución del decreto a los Ministros de Relaciones Interiores, de Educación, de Desarrollo Urbano, de Información y Turismo y de la Secretaría de la Presidencia.
         Por resolución anterior al decreto presidencial, la Junta Nacional Protectora y Conservadora del Patrimonio Histórico y Artístico de la Nación había dispuesto que el monumento histórico nacional identificado como “Casa del Correo del Orinoco” (en la foto) se acondicionará para sede del Museo Nacional de la Prensa, que el 27 de junio del año anterior había prometido el Presidente.
         La misma dispuso que el llamado “Museo de Ciudad Bolívar”, desarrollado en la Casa del Correo del Orinoco, sea reubicado en una de las casonas que se restauran en el casco histórico de la ciudad.

         Convertir la “Casa del Correo del Orinoco” en el Museo Nacional de la Prensa fue siempre aspiración del Colegio Nacional de Periodistas, el cual a través de sus convenciones nacionales se hizo sentir en este sentido ante los Presidentes de la República, desde Leoni hasta Luis Herrera Campins, asistente a esas convenciones como miembro del Colegio.  

viernes, 13 de julio de 2018

POESÍA EN EL CORREO DEL ORINOCO



            El Correo del Orinoco, hebdomadario de los patriotas que circuló en y desde Angostura para toda Venezuela y América, entre el 27 de junio de 1818 y el 23 de marzo de 1822, para cubrir el acontecer de la guerra de Independencia y dar a conocer las ideas políticas de sus líderes frente a las colonialistas del poder real español, no fue ajeno a la Poesía.
            Por supuesto, en medio del fragor de una guerra que al igual que todas las guerras, es madre nutricia del riesgo, el valor, el sacrificio y la sangre, la poesía no podía ser distinta a la que ocasionalmente y siempre tras un hecho trascendente, publicó el Correo del Orinoco, poesía alusiva a un patriota o a una acción épica. Incluso, reprodujo en tono recriminatorio las que en determinado momento compusieron los aduladores del enemigo.
             No era una poesía libre, existencialista, surrealista, social o expresionista como la que han pugnado por dominar el universo de nuestros días, sino muy lírica y dentro de los patrones decimonónicos de la métrica, la rima, la armonía y el ritmo.
            Cuando el lector comienza a leer la colección del Correo del Orinoco, posible hoy en ediciones facsimilares de archivos y bibliotecas, no concibe la poesía inserta entre decretos, actas gubernamentales, proclamas, discursos, boletines, partes de guerra, movimiento aduanal, aviso de remate y subasta. Pero la poesía es en cierto modo ubicua, está y siempre ha estado en cualquier tiempo y lugar. Puede estar latente o manifiesta en alguna parte. Y, por supuesto, el desprevenido puede sorprenderse si ojeando y hojeando un hebdomadario de la característica y resonancia del Correo,  se tropieza con una poesía, como me ocurrió a mí cuando encontré en la última página de la edición 34 ésta de catorce versos, letra cursiva, entre un parte de guerra del General Santiago Mariño y el aviso de un almacén de comestibles:
            Cuando la Patria alegre repetía / el más festivo himno a la victoria / para aplaudir un hecho que la historia / celebrará en sus fastos algún día; / de improviso conturba su alegría / no borrará jamás del alma mía. / ¡Murió el joven Palacio, el modelo / del honesto saber, la virtud pura…! / Ay ¡la patria de luto y negro velo! / ha llegado a la tumba su amargura; / y la amistad, llorando sin consuelo, / la vista apartada de la sepultura.
            Como vemos, se trata de un soneto, sin firma, dedicado a Manuel Palacio Fajardo, médico, abogado, político, diplomático, periodista, firmante del Acta de Independencia de 1811. Palacio había fallecido el 8 de mayo en la ciudad de Angostura, siendo diputado al Congreso en representación de la Isla de Margarita, aunque él era nativo de la Villa de Mijagual de  la Provincia de Barinas. Murió después de tres días de fiebre y a consecuencia de un aneurisma en la aorta, a la edad de 32 años. Aunque existe un monumento  en el Cementerio Municipal de la ciudad, sus restos, como los de Piar, jamás fueron hallados para ser transferidos al Panteón Nacional, como bien lo dispuso el Presidente Antonio Guzmán Blanco en su decreto del 27 de marzo de 1874.
            De allí en adelante, el redactor no escatimará espacio para la poesía que llegue al Correo del Orinoco. Así vemos que en la edición siguiente del 31 de julio de 1819, tercera página, se halla un artículo, también sin firma, que  condena las felonías de algunos americanos al servicio del Reino y, dentro del mismo, esta composición poética de diez versos octosílabos:
            Maldigamos la vil ley / Que a independencia convida, / Defendamos cetro y vida / De Fernando, nuestro rey, / Que viva nuestro virrey, / Morillo, Enriles, Morales / Gobernador, Oficiales / Y toda su invicta tropa, / Que vinieron desde Europa / A remediar nuestros males.
            Esta décima, referida a Pablo Morillo cuando en 1815 tomó Nueva Granada e hizo fusilar 600 patriotas, entre ellos, ilustres varones como Camilo Torres y el sabio naturalista Francisco Caldas, tuvo respuesta a la mañana siguiente en una hoja suelta, del modo siguiente:
            Bendigamos la gran ley / Que a independencia convida, / Destruyamos cetro y vida / De Fernando, intruso rey. / ¿Qué quiere decir virrey, Morillo, Enriles, Morales, / Gobernadores, Oficiales, / Y toda su indigna tropa. /  Sino ladrones de Europa, / Que duplican nuestros males?
            Los fusilamientos que ordenó Morillo tras la toma de Cartagena, valientemente defendida por los patriotas, tuvo la característica de un genocidio que encogía de pánico, pero no faltaron quienes se arriesgaran a denunciarlo a través de la palabra en versos como los de un soneto reproducido por el Correo del Orinoco en la edición 48 del sábado 15 de enero de 1820. Este soneto, dedicado a Policarpa Zalabarrieta por un compatriota anónimo, el propio día de su ejecución en una plaza pública de Bogotá por habérsele comprobado adhesión a la causa republicana, dice textualmente, así:
            Muger divina que muriendo diste, / Lección de heroísmo al Pueblo Americano, / Del bárbaro furor de un cruel Tirano, / En el suplicio mismo triunfo hubiste: / Ya del Dios de la Patria recibiste, / De tú martirio el premio soberano, / Y por ser libre del furor hispano, / A vencer o morir nos resolviste. / Así un grito se oyó que discurría / De Bogotá por la Ciudad hermosa, / Cuando otro grito sin cesar decía, / Con sangre Ibera, oh Pola victoriosa, / Juramos empapar la tumba fría / Que tú memoria guarda ¡Ay quan llorosa! / Yace por salvar la Patria, es el anagrama de Policarpa Zalabarrieta.
            EL Correo del Orinoco, en varias ediciones y cuya autoría atribuye a un diputado que no identifica, publica por entrega y comenzando en el tiraje del 11 de septiembre de 1819, el artículo titulado “Memoria Biográfica de la Nueva Granada” en el que trata de la vida de los ilustres patriotas ejecutados por Morillo, entre ellos, el doctor Camilo Torres, Francisco José Caldas, doctor Joaquín Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Fruto Joaquín Gutiérrez, doctor José María Gutiérrez, doctor García Rubira y doctor José María Dávila. En el término de la biografía de este último, el semanario inserta en su edición del 19 de febrero de 1820,  “Canto Heroico” sobre la Campaña de Bogotá, escrito por el mismo diputado autor de la Memoria. Es un canto integrado por ochenta y un cuartetos decasílabos, de los cuales escogimos salteadamente los que siguen:
            Alégrate mil veces héroe grande, / Político sagaz, feliz Bolívar, / De ser el instrumento de los Cielos / En redimir la tierra Granadina. /// A Santander y Anzoátegui su mano / Dos coronas de mirto les dedica, / En Boyacá mostraron su ardimiento, y lo que puede el arte y disciplina. /// Merecidos elogios se tributan / A los Breones en su Compañía / Las del Támesis dexaron, / Para defender la libertad querida.
            Aunque Atanasio Girardot fue muerto en 1813, el Correo del Orinoco, en su edición 54 del 11 de marzo de 1820, propone una octavilla en forma de epitafio para el oficial de San Jerónimo que cayó mortalmente herido y envuelto en la bandera republicana cuando en el curso de la Campaña Admirable, Bolívar salió al encuentro de Monteverde y derrotó su vanguardia en las alturas de Bárbula. La octavilla que es una poesía de arte menor, dice así:
            Girardot…. Aquí yace sepultado, / Vivió para la Patria un solo instante, / Vivió para la gloria demasiado. // Y murió vencedor siempre constante. / Sigue el ejemplo ilustre que le ha dado / Si todavía hay Tiranos, caminante. / Pero si ya de libertad se goza, / Detente y llora sobre aquesta loza.
            La Seguidilla, prácticamente marginada de la poética contemporánea, es una copla popular o una clase peculiar de cuartela, cuya particularidad consiste en que los dos versos pares son más cortos que los impares. Aparece en la página última  de la edición 60 del Colrreo del Orinoco con el título de “Seguidillas Patrióticas” y el redactor del hebdomadario le da cabida aduciendo que encuentra en esos versos “tal contraste de lo que debía sentir y hacer la Corte de Madrid, cuando la peste asolaba a Andalucía”, además de ser “como garante del término probable de la insurrección Española”. La suscribe un tal “Xaranero de Puerto de Pozos” y reproducimos sólo las cuartetas primeras porque es exageradamente larga:
            ¡Válgame Dios Marica, / Y qué mundillo! / Hay quien llora y que ríe / A un tiempo mismo // pues que el mundo es fandango, / ¡Vaya un respingo, / Luego el zapateo, / Cabriola y brincos! // Fiesta hay en la Corte, / Mientras el Cádiz / Doblan a muerto todos / los sacristanes. 
            Ganada la Batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821, con la cual quedó sellada la Independencia de Venezuela, Bolívar hizo su entrada en Caracas cinco días después en medio de un gran regocijo popular, mientras el ejército enemigo, al mando del Coronel Pereira, se retiraba por Catia con dirección a Carayaca.
            Luego el pueblo se preparó para celebrar el triunfo de las armas patriotas en Carabobo con manifestaciones por las calles y grandes lienzos. En uno de ellos, colgado en la capilla de la Universidad, se veían las figuras de Hércules y Minerva colocando sobre la columna de la inmortalidad el busto de Simón Bolívar y el propio Libertador desde otro ángulo contemplándolo con una cadena rota en la mano y en la otra el pabellón nacional.
            Sobre las gradas del Norte de la Plaza Mayor, una orquesta de música vocal e instrumental animaba el ambiente y cinco arcos elevados circundaban la plaza. En el principal una transparencia con alegoría alusiva a la Batalla de Carabobo y en los otros, estatuas representativas del valor, la constancia, la justicia, la libertad y en los pedestales grabadas octavas poéticas que el Correo del Orinoco publica en su edición 122 del 15 de diciembre de 1821. He aquí la de Carabobo:
            La fama alada con clarín sonoro / Publica al orbe la feliz victoria, / Que ha llenado a Colombia de decoro, / Y a sus huestes de mérito y de gloria: / De Carabobo el nombre en letras de oro / Escribirá la musa de la historia, / Abriendo de Bolívar el ejemplo / De la inmortalidad el sacro templo.

            En el acto organizado en la Plaza Mayor de Angostura por el Gobernador José Ucroz, para que los guayaneses juraran la Constitución  de la Nueva República integrada por Nueva Granada y Venezuela, sancionada por el Congreso de Cúcuta el 4 de junio de 1821, se levantaron en las esquinas de la hoy Plaza Bolívar, cuatro pirámides de cuyas caras los poetas aficionados escribieron tercetos que el Correo del Orinoco en su edición 126 reproduce. En uno de ellos, un poeta dibujó una corona de laureles y escribió: “Estos laureles ceñirán la frente / Del Campeón Bolívar ilustre Colombiano / Que ha sabido vencer al déspota inhumano”. Fueron los últimos poemas que publicó el semanario sabatino de Angostura, pues le faltaban sólo dos ediciones para extinguirse como en efecto se extinguió el 23 de marzo de 1822 en “las inmensas soledades del Orinoco”.

jueves, 12 de julio de 2018

DESPUÉS DEL CORREO




            El periodismo guayanés del siglo diecinueve, pasó por tres fases relevantes: la del Correo del Orinoco (1818-1822) como órgano oficial de la emancipación; la de publicaciones hebdomadarias de la sociedad civil iniciadas con El Telégrafo (1839) y la del diarismo inaugurado con El Boletín Comercial (1865) y que terminó con El Bolivarense (1880-1899).
            Después de fenecido el Correo del Orinoco, Guayana tuvo un receso de tres decenios en el ejercicio del periodismo.
            El afloramiento de los partidos políticos: de un lado los Conservadores del gobierno paecista, representados de
aquende del Orinoco por el prócer militar Tomás de Heres y del otro, los liberales, por Juan Bautista Dalla Costa, el viejo, líder del movimiento mercantil de la región, estimuló el renacimiento del periodismo que había quedado atrás con la extinción del Correo.
            De suerte que al calor del interés político, ese receso del periodismo fue interrumpido por la aparición de El Telégrafo, un semanario concebido por el núcleo civil que se movía en torno al viejo Dalla-Costa contra el gobierno severo de Tomás de Heres, ya Gobernador o Comandante de Armas de la provincia.
            El Telégrafo fue impreso en la segunda prensa establecida en Angostura luego de la The Washington Press, donde se editó entre 1819 y 1822 el hebdomadario de los patriotas. Fue adquirida por Lorenzo de Ayala y Hermanos, precisamente, a través de la firma comercial Juan Bautista Dalla Costa e hijos. Para operarla se contrató al joven tipógrafo italiano Pedro José Cristiano Vicentini, quien se radicó en Angostura desde el año 1839.       
            La Prensa tipográfica, totalmente dotada, llegó a la Angostura del Orinoco a fines de diciembre de 1839 y en ella, previo prospecto, tiraje de cien ejemplares, se editó El Telégrafo con el siguiente lema: “Periódico consagrado a los deseos del pueblo y con sólo el objeto de su exclusivo bien”. Daba cabida a toda información vinculada con el movimiento mercantil, marítimo-fluvial, cultural, social, religioso, judicial y político. En lo político tenía una sola línea: combatir al gobierno que desde la Comandancia de Armas influenciaba el caudillo Tomás de Heres. Pero un periódico de provincia con una línea semejante era imposible que se sostuviera, máxima existiendo  en Venezuela un Código de Imprenta que calificaba como delito los escritos adversos a los dogmas de la religión católica romana, los que excitaran a la rebelión, perturbaran la tranquilidad pública u ofendieran a la moral, la decencia, la reputación y el honor de las personas.
            Los adversarios del Gobierno encontraron una forma de evadir los controles, y fue editando periódicos de vida efímera, pero cada vez con mayor vigor combativo. Así tenemos que de septiembre a diciembre de 1839 circularon, además de El Telégrafo, el Campanero y Cuatro contra Tres. Este último sin eufemismo. Crudo y desafiante: “Esta es un publicación periódica que persigue un fin: destruir a Heres, acabar con un sistema que considera nefasto para toda la Provincia”.
            Más que periodismo para cumplir la función social de informar objetivamente y entretener, el periodismo de los primeros  tiempos fue de combate, periodismo político de denuncia, muy prestado también a los intereses socio-económico preestablecidos. Las publicaciones anteriores respondían a ese concepto igualmente con mayor reciedumbre los que le siguieron hasta los tiempos presidenciales del General Carlos Soublette.
            Al iniciarse 1840, la imprenta de los Ayala sacó el cuarto semanario: La Cuenta, también de corta duración. El regreso de Páez a la Presidencia de la República que afincaba aún más en el Poder regional a Heres y a sus seguidores los Heresiarcas como despectivamente le decían sus adversarios, motivó un nuevo receso en el periodismo hasta el 7 de marzo de 1842 que apareció  El Filántropo, órgano de la Sociedad Filantrópica constituida por quienes seguían el pensamiento del Partido Liberal fundado en Caracas en 1840 por Antonio Leocardio Guzmán.
            El Partido Liberal también tenía su periódico: El Venezolano y del mismo corte de recia oposición al gobierno que tachaba de oligarca, era El Filántropo. Su lenguaje realmente demoledor fue calificado por Juan Vicente González como “Monumento a la Perversidad”. Tan demoledor que los Hermanos Ayala no quisieron continuar por si sólo la responsabilidad y prefirieron desprenderse de la imprenta, la cual asumió enteramente la Sociedad, pero instalándola por prevención en el vecino pueblo de Soledad, al otro lado del río.
            El Filántropo circuló hasta el número 29 (20 de marzo de 1843), vale decir, hasta un año después del asesinato de Tomás de Heres, contra quien el mismo semanario y sus antecesores exacerbaron la incomprensión y el resentimiento político transformándolos en odio.
            ¿Por qué desapareció El Filántropo? No sólo porque ya no existía Heres, sino porque ese año de 1843 fue electo Presidente de la República por cuatro año el general Carlos Soublette, hermano de Isabel Soublette Jeres Aristeguieta, primera esposa del viejo Dalla Costa. De allí que Dalla Costa, tertuliano del Libertador y dueño de una gran fortuna se haya retirado entonces de la política al igual que algunos de sus seguidores, entre ellos Cristiano Vicentini. Dalla Costa murió en Génova en 1869.
            Desaparecido el Filántropo, el Taller donde se imprimía retornó a Angostura en calidad de compra por Pedro José Cristiano Vicentini, quien dio el paso hacia la independencia económica con taller propio instalado en calle La Muralla, ampliando su empresa con el antiguo equipo tipográfico del Correo del Orinoco.
            Hasta 1845 que los angostureños habían permanecido ayunos de noticias, aparecieron las publicaciones Orinoco y El Guayanés. Este último más que el primero, rompió los fuegos y extendió su llama de ardor político contenido con el siguiente lema: “La verdad es el arma del guerrero”. No tenía día fijo de salida sino cuando “necesite defender una causa, que le trae al mundo”. Ambas publicaciones circularon durante casi todo el año. Luego aparecieron  Los Ganzos, el Centinela del Orinoco, y El Compilador hasta 1853 que llegó a Angostura la tercera imprenta adquirida por la Municipalidad a través de la firma mercantil Wuppermann & Cia.
            Con la llegada de los Monagas al poder, el periodismo guayanés, hasta entonces polémico y agresivo, llegado a su punto culminé con El Filántropo, baja la guardia y se templa más por instinto de conservación que por falta de motivo.
            Además de la papelería de los entes públicos se editaron en la Imprenta Municipal, el periódico semi-oficialista El Progreso, primero, después del Correo del Orinoco, en darle cabida a la poesía, lo cual estimuló a intelectuales como Gabriel Salom, Francisco Javier Mármol, Eugenio María León y José Miguel Núñez, entre otros, para sacar en 1854 la revista literaria “Flores Silvestres”, formato de un octavo y 30 páginas.
            Dos años más tarde, el Gobernador Santos Gáspari, un médico corso radicado en Guayana desde 1835, dispuso por Decreto la creación de la Gazeta de Guayana, periódico dedicado a lo puramente oficial.
Durante la dinastía de los Monagas, dijimos, el periodismo en Guayana bajo la agresividad y se moderó apegado a las circunstancias políticas imperantes, pues los Monagas no solamente incoaron juicios contra la prensa y desterraron a Antonio Leocadio Guzmán, director de El Venezolano, sino que atentaron contra el Congreso y ello, inevitablemente fue pauta para las publicaciones provincianas. De suerte que a la caída de los Monagas en 1858, cayeron también los juicios contra la prensa y proliferaron de nuevo los periódicos. En Ciudad Bolívar (Ciudad Bolívar desde 1846)fue editado El Boliviano dirigido por Luis Pérez, impreso en la Imprenta Municipal y unido al clima de agitación que conmovía al país. Luego le siguieron El Centinela del Orinoco, dirigido por Carlos I. Salom, denunciando diez años de oprobio y pidiendo castigo para los Monagas;  El Cigarrón (1860) por la misma línea, apegado a la nueva realidad gubernamental y en la que destacó como contrapartida El Punzón, semanario satírico y burlesco que ridiculiza al Gobernador Bibiano Vidal: “Y abur, abur, ño Vidal / Que te guardo el patrimonio / Si no te lleva el demonio / Por absurdo y animal”.
            El diarismo en Guayana comenzó con El Boletín Comercial. Este periódico llegó a ser de alta periodicidad de manera escalonada: primero como bisemanario (lunes y sábado), luego como trisemanario y finalmente se hizo diario vespertino. Un extraordinario esfuerzo tipográfico en aquel tiempo, producto de la división de la sociedad empresarial que lo editaba, la cual hubo de terminar en una suerte de competencia entre El Boletín Comercial y La Revista Mercantil. Al final triunfo el primero por contar con los recursos del poder.
            El Boletín Comercial  fue fundado por Andrés Jesús Montes y editado en la cuarta imprenta instalada en la ciudad, propiedad del cumanés, Carlos María Martínez, quien trabajaba como tipógrafo de la Imprenta Municipal.
            En 1862, Martínez rompió contra Montes la relación comercial e inició por su cuenta el 9 de mayo de ese año la publicación trimestral de la Revista Mercantil. Montes entonces se asoció con el tipógrafo caraqueño Santiago Ochoa y para no quedarse atrás convirtió también en trimestral  El Boletín Comercial (9 de septiembre de 1862). Tratando de mejorar las posibilidades de su publicación, Montes, forzado por los costos, aprovechó la oferta que desde La Guaira le hiciera el tipógrafo Jesús María Ortega y se asoció a éste en 1864. Al año siguiente, a objeto de que El Boletín Comercial se transformara en el primer diario vespertino de la región, Montes vendió su parte en la empresa a Pablo María Rodríguez y bajo la dirección  de este impresor salido de la escuela de Vicentini, El Boletín Comercial se hizo diario a partir del primero de septiembre de 1865, contando con el apoyo de los Gobiernos que se sucedieron en la provincia hasta el ascenso de Guzmán Blanco al Poder.
            Para contrarrestar las opiniones antiguzmancistas del Boletín, el liberal Juan Manuel Sucre fundó El Orden bajo la invocación de Paz, Libertad y Progreso. Era el periódico de la Revolución de Abril que llevó a Guzmán Blanco al Poder y a Juan Bautista Dalla Costa hijo al Gobierno del Estado Bolívar.
            Cumplida su misión con vocación de periódico regionalista, bien informado, dio paso a otras publicaciones. En cuanto a  El Boletín Comercial, no pudo resistir por más tiempo. En 1872, los liberales del guzmancismo bolivarenses lo llevaron irremisible a la quiebra eliminándole la pauta publicitaria oficial. El taller de impresión del periódico fue judicialmente rematado y quedó en manos de Julio Simón Machado para producir e dirigir El Centinela de Oriente (1873), diario liberal, para apoyar las aspiraciones políticas del clan de los Machado: de Tomás, quien fue Presidente del estado en 1877 y del General Juan Antonio Machado, quien la había ejercido anteriormente entre 1874 y 1875, cuando se lanzó como candidato a la Presidencia de la República en los comicios de 1876 para competir con el general Francisco Linares Alcántara, pero sólo obtuvo el voto de su estado.
            El Centinela de Oriente tenía un tiraje de 800 ejemplares por día y circulaba en formato de un cuarto de página. Extinguido El Centinela, surgió en 1877 El Regenerador para mantener viva la llama del guzmancismo y al año siguiente La Prensa, diario dirigido por José María Arroyo en la primera imprenta de vapor establecida en la ciudad por cuenta de Emeterio Pérez. Finalmente surgieron como diarios vespertinos La Prensa Liberal y El Bolivarense, el más longevo de todos los diarios del siglo diecinueve. Circuló durante diecinueve años
            La Prensa Liberal, fundada en junio de 1885, estuvo circulando hasta la caída de Guzmán Blanco. Aparecía todas las tardes como órgano   de los intereses  generales. Por lo menos era ese su lema. La suscripción costaba cinco bolívares al mes y 50 céntimos el número suelto.
            Desde la calle Bogotá, Nª 12, comenzó a circular bajo la dirección del doctor Vicente Blanco Buroz a quien el año siguiente sucedió el periodista Ramón B. Luigi y finalmente José Manuel Natera. 
            El diario apareció en formato de 54 x 36 cm., a cuatro columnas. En la primera columna de la primera plana el Almanaque con todo el santoral del mes. En la siguiente, comerciales o avisos económicos, entre ellos El Baratillo, de Manuel Bigott, anunciado “tener un nuevo surtido tan bueno, tan barato y durable”. Alpargatas, suela de la afamada Tenería del señor Delfín S. y Cía., del color y clase que se exija y a precios sumamente baratos. Artículos de talabartería, quincallería, aperos para arreos de burros, imágenes de santos, Cordones de San Blas, Escapularios, Cal famosa de Caracas. Asimismo, de manera permanente el aviso del Taller Fotográfico de Luis Aristeguieta Grillet, en la calle Bolívar, Nº 2. Las páginas interiores se dedicaban a artículos de opinión.
            La edición 59 del 14 de septiembre de ese año 1885, publica un artículo titulado Abajo Caretas donde se acusa al Director de El Bolivarense de conducta antipatriótica y de propósitos hostiles al gobierno del general J. M. Bermúdez Grau, Presidente del Estado y quien promovía como sucesor al general Raimundo Fonseca González, un militar y político apureño, que anteriormente había sido Presidente del estado entre 1880 y 1884, período de Guzmán Blanco.
            En 1880, cuando se eclipsaba la estrella del guzmancismo y la actividad económica bolivarense había dado un vuelco, los veteranos José María Ortega y Pablo María Rodríguez, antiguos socios de El Boletín Comercial, volvieron a probar suerte adquiriendo una imprenta de vapor, la segunda establecida en la ciudad, donde comenzaron a editar El Bolivarense, diario de la tarde que circuló desde 1880 hasta el advenimiento de Cipriano Castro, ya extinguiéndose 

miércoles, 11 de julio de 2018

UPATENSES PRIMERAS PERIODISTAS




            Las primeras mujeres guayanesas y posiblemente venezolanas dedicadas al periodismo, fueron las upatenses Concepción Acevedo de Taylhardat y Anita Acevedo Castro, no sólo periodistas sino también editoras como Elizabeth Mallet, de Inglaterra, la primera del mundo.
            Junio, mes del primer periódico sostenidamente libre de Venezuela, el Correo del Orinoco, editado, como dice su editorial, “en las inmensas soledades” del gran río padre, siempre es bueno, ideal para recordar no sólo lo que ha sido el periodismo en Guayana y el país, sino también para resaltar a los valores humanos dedicados a la inquieta y vocacional tarea de informar y orientar.
            Y reflexionando sobre el tema recordaba a la primera mujer periodista del mundo y me preguntaba quién o quiénes fueron las seguidoras de Elizabeth Mallet en Venezuela y Guayana y resaltaban siempre las figuras de las upatenses, Concepción de Taylhardat y Anita Acevedo Castro.
            Elizabeth Mallet, no solamente fue la primera periodista del mundo sino que editó el primer diario también del mundo: el “Daily Courant” que era una hoja de pequeño formato, a dos columnas, impresa sólo por una cara. El pie editorial decía: “Londres, vendido por E. Mallet, junto a la taberna de King’s Arms, en Flete Bridge”. El primer número salió a la calle el 11 de marzo de 1702, apenas con 194 líneas de noticias.
            Pues bien, aquí en el Estado Bolívar siguieron su ejemplo Concepción de Taylhardat y Anita Acevedo  Castro, comenzando el siglo veinte, no cotidianamente como lo hizo la Mallet, sino con una periodicidad menor.
            Concepción Acevedo de Taylhardat, nacida en Upata (1855) y fallecida, casualmente en junio de 1953, fue, no sólo periodista, sino poeta y docente, en un tiempo en que la incorporación de la mujer a los ofrecimientos de la vida moderna actual se veía prácticamente vedada.
            Upata entonces, como Ciudad Bolívar, estaba culturalmente en situación privilegiada en comparación con otras ciudades venezolanas, debido a la floreciente economía signada por la explotación del oro del Yuruari y a la corriente migratoria que a través de las colonias antillanas se mantenía fluida desde países importantes de Europa como Francia.
            De Francia, precisamente, procedía Raúl Lefranc de Taylhardat, poeta y oficial retirado del ejército galo, quien se casó con ella para hacer hogar y familia, trasplantado en Venezuela, lejos de su patria asediada por la guerra.
            Cuando Upata le resultó imposible para ampliar el horizonte de sus aspiraciones, la pareja se trasladó a Ciudad Bolívar que tenía, a pesar del oro del Yuruari, mayor movimiento mercantil que Upata. Así, Concepción Acevedo de Taylhardat encontró clima y mejores posibilidades para dar rienda suelta no sólo a su vocación literaria, sino para cumplir su misión de madre.
            Nacieron en la antigua Angostura del Orinoco: Leopoldo Augusto, Gustavo Adolfo y Carlos Alberto, mientras su esposo que había encontrado acogida en el ambiente corso bolivarense, se dedicaba al comercio y promoción de empresas.
            Una mujer intelectual en plena producción como Concepción de Taylhardat, casada con un europeo de mentalidad amplia, no podía quedar reducida, como era lo tradicional, al mero ejercicio hogareño. De manera que fundó una escuela donde sus hijos empezaron a compartir con otros niños bolivarenses la tarea de aprender las primeras letras.
            Catorce años después, a la edad de 35 años y tras la muerte de su esposo, se radicó en Caracas, con mejores perspectivas para consolidar su carrera de docente que la mantuvo activa durante 60 años y preparar mejor a sus hijos. En la Caracas de 1890 pudo también continuar su trabajo literario iniciado en Ciudad Bolívar en 1888 con el semanario “Brisas del Orinoco” (primer periódico fundado y dirigido en Venezuela por una mujer) y los poemarios “Flores del Alma” y “Arpegio”.
            En Caracas fundó primero “El Ávila” y luego la revista literaria “La Lira” que mantuvo su circulación durante 28 años y en la cual colaboraron Andrés Mata y Luis Urbaneja Achepol, entro otras glorias de las letras venezolanas. En Caracas, asimismo, estudió linotipia y telegrafía, alternó con los intelectuales de la época y colaboró en “El Cojo Ilustrado”.
            Después fue el dolor, el padecimiento, la tragedia de Leopoldo Augusto, el hijo mayor, coronel del ejército, perseguido, encarcelado, torturado y muerto por el gobierno de Cipriano Castro, contra quien participó en una sublevación militar por no soportar el autoritarismo de un político y militar que se autoproclamaba restaurador del liberalismo.
            De nada valieron sus ruegos reiterados al mandatario: “Vuelvo a pedir para mi amor clemencia / vuelvo a rogaros por el hijo mío / tenéis en vuestras manos su existencia / yo en vuestro noble corazón confío” /. Pero Castro tenía el corazón en el riñón que le supuraba y le devolvió al hijo hecho cadáver. Con su dolor de madre a cuesta durante el prolongado resto de su existencia. Tuvo que morir también, 17 de junio de 1953, casi centenaria, pero lúcida y narrándole a sus nietos los cuentos que a ella le contaban cuando niña sus abuelos del Yocoima.
            A Concepción Acevedo de de Talhiardat como periodista de trayectoria, le siguió Anita Acevedo Castro, cuyo nombre está estrechamente ligado con “El Alba”, quincenario upatense de larga vida, editado en la segunda prensa llegada al Yuruari y la quinta de Guayana desde  The Washington Press del Correo del Orinoco.
            Efectivamente, luego de la prensa del Correo en 1817, los hermanos Ávila de Ciudad Bolívar importaron en 1838, a través de la firma mercantil Dalla Costa, la segunda prensa, donde se editaron El Telégrafo, El Campanero, La Cuenta, Cuatro contra tres y El Filántropo, entre otros. En 1854, el Gobierno del Estado importó una prensa para la municipalidad de Heres donde se editó El Progreso. En 1855, el general Ángel S. Olmedo introdujo en Guasipati otra The Washington Press y luego en 1857, don Pedro Cova instaló en Upata la quinta llegada a Guayana.
            Esta quinta prensa la adquirió don Pedro Cova en Cumaná, su ciudad natal, y la trajo a Upata en travesía de mar y río hasta Puerto de Tablas y de allí a Upata a lomo de mula. En ella se editaron casi todos los periódicos upatenses del siglo diecinueve y parte del veinte.  El primer periódico upatense fue fundado por Domingo Montenés, se llamó “Ecos del Caroní” y aparecía cada quinces días desde 1862 hasta 1864.  Luego se editaron El Promotor, en 1865; El Faro, en 1872; Semanario Horizonte, El Heraldo Upatense y Ecos, en 1912; El Impulso, en 1914; El Relator, en 1916; El Progreso, en 1917; La Imprenta, en 1820; El Independiente, en 1938.  Otras publicaciones de vida efímera fueron: El Guaica, El Foco del Caroní, redactado y dirigido por Eugenio y Andrés Cova; El Boletín, bisemanario dirigido y administrado por Carlos H. Acevedo; El Guayanés, La Opinión,  El Derecho, Yocoima,  El Avisador, Espartaco, Camarógrafo, El Relator y El Progreso frente a los cuales estuvieron ya en calidad de directores o colaboradores Domingo Montanés, Eugenio y Andrés Cova, Juan Seijas, Pedro Manuel Castro, Lucio Celis Camero, Eleuterio Casado, José Miguel Alcalá, Eduardo Oxford López, Pedro Pareles, José de la Cruz Ayala, Sabás Fernández, Miguel Ángel Acevedo, Fernando y Teodoro Cova Fernández y otros.

            Entre todo esos periódicos sobresale  El Alba, de Anita Acevedo Castro. Para entonces la prensa era propiedad del general Miguel Acevedo, quien la compró Andrés Cova, heredero de ella a la muerte de su padre don Pedro Cova.

martes, 10 de julio de 2018

EL ALBA


            El Alba salió a la calle el 15 de febrero de 1922 en formato de 25x32 cms., 4 páginas, con informaciones a 3 columnas, bajo la dirección y administración de Anita Acevedo Castro, Nicomedes Casado Acevedo y Enriqueta Acevedo. Circulaba quincenalmente y “cuando la Dirección lo juzgue conveniente”. Se ocupaba de literatura y de intereses generales. La suscripción mensual era de un bolívar y se canjeaba con todos los periódicos dentro y fuera de la República.
            El Alba circuló durante veinte años y se sostuvo fundamentalmente con los denuncios mineros y finalmente con una subvención de cien bolívares del estado. Refiriéndose a El Alba, en su libro “Creciente”, Rafael Pineda dice que “por su tono y presentación, El Alba no sólo entusiasmó a los entendidos que colaborarían en sus páginas –como los Oxford, Sandalia Siso, Pedro Manuel Castro, César D’Escrivan, Fernando Teodoro y María Cova Fernández, C. De Brindis Pérez, José Mercedes González, Cipriano Fry Barrios, Ramón Otero Fernández, Carlos Rodríguez Jiménez, María Díaz, entre otros- sino que también sirvió para apaciguar las tribulaciones entre quienes tenían familiares entregados al laboreo de las minas, pues parte del contenido del periódico confirmaba la existencia del oro y auguraba días prósperos para todos con la publicación de un cartel en que Andrés Brito, guardaminas del estado Bolívar, hacía saber que las minas de veta aurífera denominada “La Alianza”, ubicada en jurisdicción del Municipio Pedro Cova, había sido protocolizada en su oficina, en caso de que alguien que no fuera su denunciante se creyera con derechos sobre la posesión.
            El Alba, casi todo impreso con tipos sueltos de diez puntos, siempre le dio más importancia a lo literario destacando en primera plana los temas de esta índole en tanto que lo informativo estaba relegado a las páginas internas y la última dedicada a la publicidad comercial. Una muestra es la edición 213 del 15 de agosto de 1928 de la cual conservo copia facsimilar de un ejemplar.
            Esta edición número 213 abre su primera página a tres columnas, con un elogio al autor del artículo “Minas del Yuruari” publicado en el semanario Correo de Guayana de Ciudad Bolívar y el cual no es otro que el doctor Miguel Emilio Palacio, a quien le da los títulos de geólogo, científico, minerólogo práctico, sociólogo, filósofo y eminente profesor de letras. Para entonces Miguel Emilio Palacio, profesor del Colegio Federal y quien fundó en Guayana la primera Escuela Minera, había quedado ciego a causa de una explosión en las minas subterráneas de El Callao. El Alba lo alude diciendo que “es el Milton americano, ilustrado y sabio, como lo fue el inmortal inglés. El Milton inglés llevaba el paraíso perdido que era la luz de sus ojos. Nuestro Milton, con la esplendorosa luz de su inteligencia, canta en himno patriótico el riquísimo resurgimiento del Yuruari aurífero e industrial”.
            En la misma primera plana resaltan dos sonetos: El Regreso, de Juan Santaella y La Bienamada, de J. M. Agosto Méndez, así como una Carta Lírica, de Anita Acevedo Castro, donde llora la ausencia del amado.
            En la segunda página se lee un corto poema en prosa de Virgilio Bártoli Salmerón, seguido a una columna de la nota informativa sobre una Junta de Fomento que preside el doctor Lecuna Bejarano. Luego da cuenta de la visita a Upata del bardo Agosto Méndez, para un recital a beneficio del Cementerio. Informaciones sobre la muerte en San Félix del coronel barquisimetano José Flores Alvarado; recepción festiva al doctor Carlos Rodríguez Jiménez por su discurso en la inauguración en Ciudad Bolívar de un bronce regalado por el Congreso Nacional como homenaje al General Juan Vicente Gómez.
            En la página tres a una columna están las Sociales y a dos columnas una relación, primera quincena de agosto, de la Administración de Rentas del distrito Piar, firmada por le administrador A. Ma. Guerra y el presidente municipal A. Lecuna Bejerano.
            En la última página una publicidad de la Bigott, fabricante del cigarrillo Bandera Roja, “imposible de agualar en calidad”, otra de la sub. Agencia Víctor de C. Lecuna Baldó que vendía vitrolas, ortofónicas, discos y agujas; un anuncio de La Previsora, de Daniel Vera, ofreciendo casabe, leña, tabaco de fumar y de rollo, así como goma china; Rectificación de Licores, de J. A. Medina ofreciendo su nueva bebida el ambarito Chartrense, y de la Zapatería Polar de José M. Silva anunciado su gran surtido de pieles.



lunes, 9 de julio de 2018

LA PRENSA DEL YURUARY


            “Ecos del Yuruary” en 1876, sería el primer periódico editado en la Región del Yuruary, específicamente en Guasipati su capital, pero al calor de la explotación aurífera de El Callao.  Lo fundó Pedro Coll Pérez y editó en una imprenta traída a la región por el General Ángel Olmeta, socio de Blas Jacinto Figarella, en la explotación de oro y madera en las concesiones de San Luis y El Aguinaldo.  Estas concesiones fueron traspasadas el 28 de febrero de 1894 a Vicente Anziani.
            Celestino Peraza, militar, escritor y político, natural de Guárico y radicado en El Callao desde 1881 para explotar el oro de aluvión en concesión que legalizó el 14 de agosto de 1894, en las márgenes del río Yuruán y sus afluentes, en la extensión de un kilómetro a ambas márgenes, tuvo también una participación militar y política notable, para lo cual le fue imprescindible una  “Washington Press” que compró a crédito a través de la firma Mercantil Canignnaci y Liccioni  En ella editó el periódico “Horizontes” a través de cuyas columnas atacó la gestión del Gobernador del Yuruary Pedro Vicente Mijares y abogó por la reintegración del Territorio Federal Yuruary que Guzmán Blanco había separado en 1881 del Estado Bolívar.
            En esa misma imprenta alquilada o pasada a otras manos se editaron La Opinión, en1896; El Zapador, en 1907; Ecos del Yuruary, en 1915; El Yuruarense, Unión Paz y Trabajo y El Yuruary,  de mayor duración puesto que apareció en 1913 y se mantuvo como semanario hasta 1935, dirigido por el periodista margariteño Pedro Alcántara Vallejos.  Después de su muere se encargó de la dirección Félix Quintana, quien había empezado como ayudante del Taller.

            No obstante la vecindad con Guasipati, capital del Territorio Federal Yuruary y después del Distrito Roscio que abarcaba hasta las fronteras de la Gran Sabana, El Callao tuvo periódicos propios desde 1879 que José Francisco Gómez Burke, publicó “Luz de las Minas”.  Posteriormente  aparecieron El Correo del Yuruary, en 1890, dirigido por el General Ángel Olmeta; El Molino, en 1922, dirigido por Ramón Yánez González; El Cuarzo, en 1923, dirigido por Carlos Acevedo y “La Voz del Yuruary” en 1964, dirigido por Carlos Mejías.        La primera publicación periodística apareció en Tumeremo en 1917 con el nombre de El Trabajo, fundado por el doctor Matías Carrasco junto con Luis Quiroz Cabrera.  Ese mismo año editó La Campana, humorístico, redactado junto con Ramón Yánez González.