El Bolivarense apareció
el 30 de septiembre de 1880, impreso en la segunda prensa de vapor establecida
en la capital angostureña, gracias al espíritu emprendedor y gran vocación
periodística de José María Ortega y Pablo María Rodríguez, socios en el ramo de
la tipografía y quienes venían curados de la experiencia del primer diario que
tuvo Guayana: El Boletín Comercial.
El
Boletín Comercial inició su circulación en 1862 como bisemanario, luego
pasó a trisemanario en 1864, y en 1865, fue transformado en diario, ya no bajo
la dirección de José Jesús Montes, su fundador, sino de Ortega y Rodríguez,
quienes al final se quedaron con la publicación puesta al servicio de los
intereses del gobierno centralista como alternativa de subsistencia. De allí
que en 1872 cuando los liberales se aseguran en el poder con la Revolución
del 27 de Abril, liderada por Antonio Guzmán Blanco, las cosas
cambiaron tan negativamente para la empresa editora del Boletín, que terminó en
la quiebra.
Hubo
de transcurrir diez años, ya en decadencia el guzmancismo, a punto de rodar sus
estatuas y en vías de enterramiento sus glorias federales, para que en el
Estado Bolívar soplaran otros vientos. Además, la situación económica del
estado era sólida y todo ello favoreció a los Ortega y Rodríguez, para el
segundo intento de fundar un diario. Si ellos habían iniciado el diarismo en
Guayana con El Boletín Comercial, no
veían por qué no continuarlo entonces que el clima político y económico les era
favorable. De manera que se arriesgaron e hicieron traer del exterior una
prensa de vapor, la segunda establecida en al ciudad después de la adquirida
por Emeterio Gómez, y en ella reanudaron la materialización de sus sueños.
El Bolivarense
apareció el 30 de septiembre de 1880 bajo el signo de la balanza y en formato
62 x 44 cms como diario de la tarde. En su cabezal se leía en letras grandes:
Director, J. M. Ortega y Rodríguez y Cleto Navarro. Administrador: Luis A.
Gómez. Más abajo: Industrias – Ciencias – Artes – Noticias – Anuncios. Luego el
lema: Dada nuestras instituciones, basta el trabajo por la parte del pueblo y
la justicia por la de los dos gobiernos, para felicidad y progreso de paz a
todo trance.
Su
cuerpo de cuatro páginas impuestas con tipos sueltos y grabados impecablemente
elaborados, conformaba lo que podríamos conceptuar hoy como un diario de avisos
toda vez que la primera y última páginas estaban enteramente destinadas a los
anuncios y ofertas comerciales, y las páginas internas a una información
escueta y escasa, pues difícilmente se aplicaban el hexámetro técnico de las
circunstancias. Las informaciones de la vida diaria –y ése era el estilo de la
publicaciones de la época- iban prácticamente mezcladas con los edictos,
decretos, comerciales, artículos de opinión, festividades religiosas, cartas,
material literario y refritos de publicaciones de otras partes de Venezuela y
del extranjero llagadas por la vía del Orinoco.
Los
anuncios aparecían en recuadros, generalmente ilustrados con grabados. Entre
otros casi fijos, los del Amargo Aromático de Guayana, de Mathison y Hermanos; Barbería
Fígaro, de José Natividad
Pineda; Fotografía Artística,
de Luis Aristeguieta Grillet; Colegio
Talavera, dirigido por J. R.
Camejo; Oficina de Abogado del doctor Luis Natera Ricci; Amargo de Ciudad Bolívar, de Guillermo Eugenio Monch; Aceite
para alumbrado Luz Diamante, Cigarrillo
Cacique, Aceite de hígado de bacalao y Pianos verticales de cola fabricados por
H. Kohl en Hamburgo.
Recorriendo
las páginas de El Bolivarense, no todas, sino las disponibles en la colección
de la Sala Febres Cordero de Mérida, microfilmadas por la Biblioteca Nacional,
nos damos cuenta cómo era de apacible la vida en la provincia y tardía la
comunicación entre un lugar y otro, no obstante que ya para la época los barcos
se movían, igual que los ferrocarriles, a fuerza de las máquinas de vapor
producido con carbón antracita.
Pero,
aunque tardías, las noticias siempre llegaban y de acuerdo a su magnitud podían
de alguna manera, y según el caso, provocar manifestaciones de complacencia
como cuando el Presidente Rojas Paúl, por decreto de agosto de 1890, dispuso
vacaciones colectivas para los empleados públicos nacionales, cada año, o de
protesta como cuando quedó en evidencia la intención inglesa de usurparse una
buena tajada de territorio venezolano en la provincia de Guayana y lo cual
suscitó esta interrogante del poeta R. Silva: ¿Por qué también desea la
poderosa Albión / despojarnos impúdica y soez / de nuestra zona aurífera /
porción que nunca ha sido del dominio inglés?.
Y
mientras Inglaterra nos inundaba con sus ardorosos deseos terrófagos hasta más
acá del Esequibo, llegando incluso mister Mac Turk a fundar una Casa Fuerte en
la desembocadura del Yuruary, el Orinoco hacía otro tanto metiéndose en las de
los sectores bajo de Ciudad Bolívar, de Caicara y de otros lugares del Estado.
Por lo que el Teatro Bolívar, que funcionaba desde 1883, presentó espectáculos
a beneficio de los damnificados, y las salas de palco, anfiteatro, sofá, patio
y galería, se desbordaron en gesto de solidaridad, al igual que en la Cantina
se agotaron los confites, las flores y el folleto Ley del Amor.
Con
tanta agua, la ciudad, paradójicamente, quedó sin agua directa para el consumo,
porque el río dañó el incipiente Acueducto que desde 1884 había instalado
Underhill. También la ciudad de 1890 quedó hasta diciembre sin periódico porque
los talleres de El Bolivarense, en la
calle Venezuela, se inundaron. El receso, no obstante, sirvió para reorganizar
la estructura del vespertino: el original nombre en letras góticas fue
reelaborado con letras romanas, mientras Cleto Navarro se erigió en el nuevo
editor gerente del vespertino.
El Bolivarense terminó sus días con el
siglo, vale decir, con la muerte de su fundador, Jesús María Ortega, ocurrida
el 20 de enero de 1899, tras cuarenta años de incansable labor tipográfica.
Cinco años antes (1895), había sido fundado El
Anunciador, periódico que lo sucedería.
El Anunciador empezó a circular como
trisemanario desde el 2 de junio de 1895 bajo la dirección de Alfredo Mario
Blanco, hasta la entrada del siglo XX que pasó a ser diario vespertino,
dirigido por su dueño, de origen francés, Agustín Suegart, un general afiliado
a la causa liberal y fundador de La
Empresa, el taller de impresión más importante del Oriente del país durante
casi todo el siglo XX y en el cual se imprimió también, en su segunda época, el Boletín Comercial, diario fundado el 8 de octubre de 1903 por S. Alegrett, quien ejercía la dirección
y redacción en tanto que la administración estaba en manos de Pedro Manuel
Irady.
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