El
Correo del Orinoco, hebdomadario de los patriotas que circuló en y
desde Angostura para toda Venezuela y América, entre el 27 de junio de 1818 y
el 23 de marzo de 1822, para cubrir el acontecer de la guerra de Independencia
y dar a conocer las ideas políticas de sus líderes frente a las colonialistas
del poder real español, no fue ajeno a la Poesía.
Por
supuesto, en medio del fragor de una guerra que al igual que todas las guerras,
es madre nutricia del riesgo, el valor, el sacrificio y la sangre, la poesía no
podía ser distinta a la que ocasionalmente y siempre tras un hecho
trascendente, publicó el Correo del Orinoco, poesía alusiva
a un patriota o a una acción épica. Incluso, reprodujo en tono recriminatorio
las que en determinado momento compusieron los aduladores del enemigo.
No era una poesía libre, existencialista,
surrealista, social o expresionista como la que han pugnado por dominar el
universo de nuestros días, sino muy lírica y dentro de los patrones
decimonónicos de la métrica, la rima, la armonía y el ritmo.
Cuando
el lector comienza a leer la colección del Correo del Orinoco, posible hoy en
ediciones facsimilares de archivos y bibliotecas, no concibe la poesía inserta
entre decretos, actas gubernamentales, proclamas, discursos, boletines, partes
de guerra, movimiento aduanal, aviso de remate y subasta. Pero la poesía es en
cierto modo ubicua, está y siempre ha estado en cualquier tiempo y lugar. Puede
estar latente o manifiesta en alguna parte. Y, por supuesto, el desprevenido
puede sorprenderse si ojeando y hojeando un hebdomadario de la característica y
resonancia del Correo, se tropieza con
una poesía, como me ocurrió a mí cuando encontré en la última página de la
edición 34 ésta de catorce versos, letra cursiva, entre un parte de guerra del
General Santiago Mariño y el aviso de un almacén de comestibles:
Cuando
la Patria alegre repetía / el más festivo himno a la victoria / para aplaudir
un hecho que la historia / celebrará en sus fastos algún día; / de improviso
conturba su alegría / no borrará jamás del alma mía. / ¡Murió el joven Palacio,
el modelo / del honesto saber, la virtud pura…! / Ay ¡la patria de luto y negro
velo! / ha llegado a la tumba su amargura; / y la amistad, llorando sin
consuelo, / la vista apartada de la sepultura.
Como
vemos, se trata de un soneto, sin firma, dedicado a Manuel Palacio Fajardo,
médico, abogado, político, diplomático, periodista, firmante del Acta de
Independencia de 1811. Palacio había fallecido el 8 de mayo en la ciudad de
Angostura, siendo diputado al Congreso en representación de la Isla de
Margarita, aunque él era nativo de la Villa de Mijagual de la Provincia de Barinas. Murió después de
tres días de fiebre y a consecuencia de un aneurisma en la aorta, a la edad de
32 años. Aunque existe un monumento en
el Cementerio Municipal de la ciudad, sus restos, como los de Piar, jamás
fueron hallados para ser transferidos al Panteón Nacional, como bien lo dispuso
el Presidente Antonio Guzmán Blanco en su decreto del 27 de marzo de 1874.
De
allí en adelante, el redactor no escatimará espacio para la poesía que llegue
al Correo
del Orinoco. Así vemos que en la edición siguiente del 31 de julio de
1819, tercera página, se halla un artículo, también sin firma, que condena las felonías de algunos americanos al
servicio del Reino y, dentro del mismo, esta composición poética de diez versos
octosílabos:
Maldigamos
la vil ley / Que a independencia convida, / Defendamos cetro y vida / De
Fernando, nuestro rey, / Que viva nuestro virrey, / Morillo, Enriles, Morales /
Gobernador, Oficiales / Y toda su invicta tropa, / Que vinieron desde Europa /
A remediar nuestros males.
Esta
décima, referida a Pablo Morillo cuando en 1815 tomó Nueva Granada e hizo
fusilar 600 patriotas, entre ellos, ilustres varones como Camilo Torres y el
sabio naturalista Francisco Caldas, tuvo respuesta a la mañana siguiente en una
hoja suelta, del modo siguiente:
Bendigamos
la gran ley / Que a independencia convida, / Destruyamos cetro y vida / De
Fernando, intruso rey. / ¿Qué quiere decir virrey, Morillo, Enriles, Morales, /
Gobernadores, Oficiales, / Y toda su indigna tropa. / Sino ladrones de Europa, / Que duplican
nuestros males?
Los
fusilamientos que ordenó Morillo tras la toma de Cartagena, valientemente
defendida por los patriotas, tuvo la característica de un genocidio que encogía
de pánico, pero no faltaron quienes se arriesgaran a denunciarlo a través de la
palabra en versos como los de un soneto reproducido por el Correo del Orinoco
en la edición 48 del sábado 15 de enero de 1820. Este soneto, dedicado a
Policarpa Zalabarrieta por un compatriota anónimo, el propio día de su
ejecución en una plaza pública de Bogotá por habérsele comprobado adhesión a la
causa republicana, dice textualmente, así:
Muger
divina que muriendo diste, / Lección de heroísmo al Pueblo Americano, / Del
bárbaro furor de un cruel Tirano, / En el suplicio mismo triunfo hubiste: / Ya
del Dios de la Patria recibiste, / De tú martirio el premio soberano, / Y por
ser libre del furor hispano, / A vencer o morir nos resolviste. / Así un grito
se oyó que discurría / De Bogotá por la Ciudad hermosa, / Cuando otro grito sin
cesar decía, / Con sangre Ibera, oh Pola victoriosa, / Juramos empapar la tumba
fría / Que tú memoria guarda ¡Ay quan llorosa! / Yace por salvar la Patria, es
el anagrama de Policarpa Zalabarrieta.
EL
Correo
del Orinoco, en varias ediciones y cuya autoría atribuye a un diputado
que no identifica, publica por entrega y comenzando en el tiraje del 11 de
septiembre de 1819, el artículo titulado “Memoria Biográfica de la Nueva Granada”
en el que trata de la vida de los ilustres patriotas ejecutados por Morillo,
entre ellos, el doctor Camilo Torres, Francisco José Caldas, doctor Joaquín
Camacho, Jorge Tadeo Lozano, Fruto Joaquín Gutiérrez, doctor José María
Gutiérrez, doctor García Rubira y doctor José María Dávila. En el término de la
biografía de este último, el semanario inserta en su edición del 19 de febrero
de 1820, “Canto Heroico” sobre la
Campaña de Bogotá, escrito por el mismo diputado autor de la Memoria.
Es un canto integrado por ochenta y un cuartetos decasílabos, de los cuales
escogimos salteadamente los que siguen:
Alégrate
mil veces héroe grande, / Político sagaz, feliz Bolívar, / De ser el
instrumento de los Cielos / En redimir la tierra Granadina. /// A Santander y
Anzoátegui su mano / Dos coronas de mirto les dedica, / En Boyacá mostraron su
ardimiento, y lo que puede el arte y disciplina. /// Merecidos elogios se
tributan / A los Breones en su Compañía / Las del Támesis dexaron, / Para
defender la libertad querida.
Aunque
Atanasio Girardot fue muerto en 1813, el Correo del Orinoco, en su edición 54
del 11 de marzo de 1820, propone una octavilla en forma de epitafio para el
oficial de San Jerónimo que cayó mortalmente herido y envuelto en la bandera
republicana cuando en el curso de la Campaña Admirable, Bolívar salió al
encuentro de Monteverde y derrotó su vanguardia en las alturas de Bárbula. La
octavilla que es una poesía de arte menor, dice así:
Girardot….
Aquí yace sepultado, / Vivió para la Patria un solo instante, / Vivió para la
gloria demasiado. // Y murió vencedor siempre constante. / Sigue el ejemplo
ilustre que le ha dado / Si todavía hay Tiranos, caminante. / Pero si ya de
libertad se goza, / Detente y llora sobre aquesta loza.
La
Seguidilla, prácticamente marginada de la poética contemporánea, es una copla
popular o una clase peculiar de cuartela, cuya particularidad consiste en que
los dos versos pares son más cortos que los impares. Aparece en la página
última de la edición 60 del Colrreo
del Orinoco con el título de “Seguidillas Patrióticas” y el
redactor del hebdomadario le da cabida aduciendo que encuentra en esos versos “tal
contraste de lo que debía sentir y hacer la Corte de Madrid, cuando la peste
asolaba a Andalucía”, además de ser “como garante del término probable
de la insurrección Española”. La suscribe un tal “Xaranero de Puerto de Pozos”
y reproducimos sólo las cuartetas primeras porque es exageradamente larga:
¡Válgame
Dios Marica, / Y qué mundillo! / Hay quien llora y que ríe / A un tiempo mismo
// pues que el mundo es fandango, / ¡Vaya un respingo, / Luego el zapateo, /
Cabriola y brincos! // Fiesta hay en la Corte, / Mientras el Cádiz / Doblan a
muerto todos / los sacristanes.
Ganada
la Batalla de Carabobo el 24 de junio de 1821, con la cual quedó sellada la
Independencia de Venezuela, Bolívar hizo su entrada en Caracas cinco días
después en medio de un gran regocijo popular, mientras el ejército enemigo, al
mando del Coronel Pereira, se retiraba por Catia con dirección a Carayaca.
Luego
el pueblo se preparó para celebrar el triunfo de las armas patriotas en
Carabobo con manifestaciones por las calles y grandes lienzos. En uno de ellos,
colgado en la capilla de la Universidad, se veían las figuras de Hércules y
Minerva colocando sobre la columna de la inmortalidad el busto de Simón Bolívar
y el propio Libertador desde otro ángulo contemplándolo con una cadena rota en
la mano y en la otra el pabellón nacional.
Sobre
las gradas del Norte de la Plaza Mayor, una orquesta de música vocal e
instrumental animaba el ambiente y cinco arcos elevados circundaban la plaza.
En el principal una transparencia con alegoría alusiva a la Batalla de Carabobo
y en los otros, estatuas representativas del valor, la constancia, la justicia,
la libertad y en los pedestales grabadas octavas poéticas que el Correo
del Orinoco publica en su edición 122 del 15 de diciembre de 1821. He
aquí la de Carabobo:
La
fama alada con clarín sonoro / Publica al orbe la feliz victoria, / Que ha
llenado a Colombia de decoro, / Y a sus huestes de mérito y de gloria: / De
Carabobo el nombre en letras de oro / Escribirá la musa de la historia, /
Abriendo de Bolívar el ejemplo / De la inmortalidad el sacro templo.
En
el acto organizado en la Plaza Mayor de Angostura por el Gobernador José Ucroz,
para que los guayaneses juraran la Constitución
de la Nueva República integrada por Nueva Granada y Venezuela,
sancionada por el Congreso de Cúcuta el 4 de junio de 1821, se levantaron en
las esquinas de la hoy Plaza Bolívar, cuatro pirámides de cuyas caras los
poetas aficionados escribieron tercetos que el Correo del Orinoco en su
edición 126 reproduce. En uno de ellos, un poeta dibujó una corona de laureles
y escribió: “Estos laureles ceñirán la frente / Del Campeón Bolívar ilustre
Colombiano / Que ha sabido vencer al déspota inhumano”. Fueron los
últimos poemas que publicó el semanario sabatino de Angostura, pues le faltaban
sólo dos ediciones para extinguirse como en efecto se extinguió el 23 de marzo
de 1822 en “las inmensas soledades del Orinoco”.
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