El
periodismo guayanés del siglo diecinueve, pasó por tres fases relevantes: la
del Correo del Orinoco (1818-1822)
como órgano oficial de la emancipación; la de publicaciones hebdomadarias de la
sociedad civil iniciadas con El Telégrafo (1839) y la del
diarismo inaugurado con El Boletín Comercial (1865) y que
terminó con El Bolivarense (1880-1899).
Después
de fenecido el Correo del Orinoco, Guayana tuvo un receso de tres decenios en
el ejercicio del periodismo.
El
afloramiento de los partidos políticos: de un lado los Conservadores del
gobierno paecista, representados de
aquende del Orinoco por el prócer
militar Tomás de Heres y del otro, los liberales, por Juan Bautista Dalla
Costa, el viejo, líder del movimiento mercantil de la región, estimuló el
renacimiento del periodismo que había quedado atrás con la extinción del
Correo.
De
suerte que al calor del interés político, ese receso del periodismo fue
interrumpido por la aparición de El Telégrafo, un semanario concebido
por el núcleo civil que se movía en torno al viejo Dalla-Costa contra el
gobierno severo de Tomás de Heres, ya Gobernador o Comandante de Armas de la
provincia.
El
Telégrafo fue impreso en la segunda prensa establecida en Angostura
luego de la The Washington Press, donde se editó entre 1819 y 1822 el hebdomadario
de los patriotas. Fue adquirida por Lorenzo de Ayala y Hermanos, precisamente,
a través de la firma comercial Juan Bautista Dalla Costa e hijos. Para operarla
se contrató al joven tipógrafo italiano Pedro José Cristiano Vicentini, quien
se radicó en Angostura desde el año 1839.
La
Prensa tipográfica, totalmente dotada, llegó a la Angostura del Orinoco a fines
de diciembre de 1839 y en ella, previo prospecto, tiraje de cien ejemplares, se
editó El Telégrafo con el siguiente lema: “Periódico consagrado a los
deseos del pueblo y con sólo el objeto de su exclusivo bien”. Daba
cabida a toda información vinculada con el movimiento mercantil,
marítimo-fluvial, cultural, social, religioso, judicial y político. En lo
político tenía una sola línea: combatir al gobierno que desde la Comandancia de
Armas influenciaba el caudillo Tomás de Heres. Pero un periódico de provincia
con una línea semejante era imposible que se sostuviera, máxima existiendo en Venezuela un Código de Imprenta que
calificaba como delito los escritos adversos a los dogmas de la religión
católica romana, los que excitaran a la rebelión, perturbaran la tranquilidad
pública u ofendieran a la moral, la decencia, la reputación y el honor de las
personas.
Los
adversarios del Gobierno encontraron una forma de evadir los controles, y fue
editando periódicos de vida efímera, pero cada vez con mayor vigor combativo.
Así tenemos que de septiembre a diciembre de 1839 circularon, además de El
Telégrafo, el Campanero y Cuatro contra Tres. Este último sin
eufemismo. Crudo y desafiante: “Esta es un publicación periódica que
persigue un fin: destruir a Heres, acabar con un sistema que considera nefasto
para toda la Provincia”.
Más que periodismo
para cumplir la función social de informar objetivamente y entretener, el
periodismo de los primeros tiempos fue
de combate, periodismo político de denuncia, muy prestado también a los
intereses socio-económico preestablecidos. Las publicaciones anteriores
respondían a ese concepto igualmente con mayor reciedumbre los que le siguieron
hasta los tiempos presidenciales del General Carlos Soublette.
Al
iniciarse 1840, la imprenta de los Ayala sacó el cuarto semanario: La
Cuenta, también de corta
duración. El regreso de Páez a la Presidencia de la República que afincaba aún
más en el Poder regional a Heres y a sus seguidores los Heresiarcas como
despectivamente le decían sus adversarios, motivó un nuevo receso en el
periodismo hasta el 7 de marzo de 1842 que apareció El Filántropo, órgano de la Sociedad Filantrópica constituida
por quienes seguían el pensamiento del Partido Liberal fundado en Caracas
en 1840 por Antonio Leocardio Guzmán.
El
Partido Liberal también tenía su periódico: El Venezolano y del mismo
corte de recia oposición al gobierno que tachaba de oligarca, era El
Filántropo. Su lenguaje realmente demoledor fue calificado por Juan
Vicente González como “Monumento a la Perversidad”. Tan
demoledor que los Hermanos Ayala no quisieron continuar por si sólo la
responsabilidad y prefirieron desprenderse de la imprenta, la cual asumió
enteramente la Sociedad, pero instalándola por prevención en el vecino pueblo
de Soledad, al otro lado del río.
El
Filántropo circuló hasta el número 29 (20 de marzo de 1843), vale
decir, hasta un año después del asesinato de Tomás de Heres, contra quien el
mismo semanario y sus antecesores exacerbaron la incomprensión y el
resentimiento político transformándolos en odio.
¿Por
qué desapareció El Filántropo? No sólo porque ya no existía Heres, sino porque
ese año de 1843 fue electo Presidente de la República por cuatro año el general
Carlos Soublette, hermano de Isabel Soublette Jeres Aristeguieta, primera
esposa del viejo Dalla Costa. De allí que Dalla Costa, tertuliano del
Libertador y dueño de una gran fortuna se haya retirado entonces de la política
al igual que algunos de sus seguidores, entre ellos Cristiano Vicentini. Dalla
Costa murió en Génova en 1869.
Desaparecido
el Filántropo,
el Taller donde se imprimía retornó a Angostura en calidad de compra por
Pedro José Cristiano Vicentini, quien dio el paso hacia la independencia
económica con taller propio instalado en calle La Muralla, ampliando su empresa
con el antiguo equipo tipográfico del Correo del Orinoco.
Hasta
1845 que los angostureños habían permanecido ayunos de noticias, aparecieron
las publicaciones Orinoco y El Guayanés. Este último más que el
primero, rompió los fuegos y extendió su llama de ardor político contenido con
el siguiente lema: “La verdad es el arma del guerrero”. No tenía día fijo de
salida sino cuando “necesite defender una causa, que le trae al mundo”. Ambas publicaciones circularon durante
casi todo el año. Luego aparecieron Los
Ganzos, el Centinela del Orinoco, y El Compilador hasta 1853 que llegó
a Angostura la tercera imprenta adquirida por la Municipalidad a través de la
firma mercantil Wuppermann & Cia.
Con
la llegada de los Monagas al poder, el periodismo guayanés, hasta entonces
polémico y agresivo, llegado a su punto culminé con El Filántropo, baja la
guardia y se templa más por instinto de conservación que por falta de motivo.
Además
de la papelería de los entes públicos se editaron en la Imprenta Municipal, el
periódico semi-oficialista El Progreso, primero, después del
Correo del Orinoco, en darle cabida a la poesía, lo cual estimuló a intelectuales
como Gabriel Salom, Francisco Javier Mármol, Eugenio María León y José Miguel
Núñez, entre otros, para sacar en 1854 la revista literaria “Flores
Silvestres”, formato de un octavo y 30 páginas.
Dos
años más tarde, el Gobernador Santos Gáspari, un médico corso radicado en
Guayana desde 1835, dispuso por Decreto la creación de la Gazeta de Guayana,
periódico dedicado a lo puramente oficial.
Durante la
dinastía de los Monagas, dijimos, el periodismo en Guayana bajo la agresividad
y se moderó apegado a las circunstancias políticas imperantes, pues los Monagas
no solamente incoaron juicios contra la prensa y desterraron a Antonio Leocadio
Guzmán, director de El Venezolano, sino que atentaron contra el Congreso y ello,
inevitablemente fue pauta para las publicaciones provincianas. De suerte que a
la caída de los Monagas en 1858, cayeron también los juicios contra la prensa y
proliferaron de nuevo los periódicos. En Ciudad Bolívar (Ciudad Bolívar desde
1846)fue editado El Boliviano dirigido por Luis Pérez, impreso en la Imprenta
Municipal y unido al clima de agitación que conmovía al país. Luego le
siguieron El Centinela del Orinoco, dirigido por Carlos I. Salom,
denunciando diez años de oprobio y pidiendo castigo para los Monagas; El Cigarrón (1860) por la misma
línea, apegado a la nueva realidad gubernamental y en la que destacó como
contrapartida El Punzón, semanario satírico y burlesco que ridiculiza al
Gobernador Bibiano Vidal: “Y abur, abur, ño Vidal / Que te guardo el
patrimonio / Si no te lleva el demonio / Por absurdo y animal”.
El
diarismo en Guayana comenzó con El Boletín Comercial. Este periódico
llegó a ser de alta periodicidad de manera escalonada: primero como bisemanario
(lunes y sábado), luego como trisemanario y finalmente se hizo diario vespertino.
Un extraordinario esfuerzo tipográfico en aquel tiempo, producto de la división
de la sociedad empresarial que lo editaba, la cual hubo de terminar en una
suerte de competencia entre El Boletín Comercial y La Revista Mercantil.
Al final triunfo el primero por contar con los recursos del poder.
El
Boletín Comercial fue fundado
por Andrés Jesús Montes y editado en la cuarta imprenta instalada en la ciudad,
propiedad del cumanés, Carlos María Martínez, quien trabajaba como tipógrafo de
la Imprenta Municipal.
En
1862, Martínez rompió contra Montes la relación comercial e inició por su
cuenta el 9 de mayo de ese año la publicación trimestral de la Revista
Mercantil. Montes entonces se asoció con el tipógrafo caraqueño
Santiago Ochoa y para no quedarse atrás convirtió también en trimestral El Boletín Comercial (9 de
septiembre de 1862). Tratando de mejorar las posibilidades de su publicación,
Montes, forzado por los costos, aprovechó la oferta que desde La Guaira le
hiciera el tipógrafo Jesús María Ortega y se asoció a éste en 1864. Al año
siguiente, a objeto de que El Boletín Comercial se transformara
en el primer diario vespertino de la región, Montes vendió su parte en la
empresa a Pablo María Rodríguez y bajo la dirección de este impresor salido de la escuela de
Vicentini, El Boletín Comercial se hizo diario a partir del primero de
septiembre de 1865, contando con el apoyo de los Gobiernos que se sucedieron en
la provincia hasta el ascenso de Guzmán Blanco al Poder.
Para
contrarrestar las opiniones antiguzmancistas del Boletín, el liberal Juan
Manuel Sucre fundó El Orden bajo la invocación de Paz, Libertad y Progreso. Era el
periódico de la Revolución de Abril que llevó a Guzmán Blanco al Poder y a Juan
Bautista Dalla Costa hijo al Gobierno del Estado Bolívar.
Cumplida
su misión con vocación de periódico regionalista, bien informado, dio paso a
otras publicaciones. En cuanto a El
Boletín Comercial, no pudo resistir por más tiempo. En 1872, los
liberales del guzmancismo bolivarenses lo llevaron irremisible a la quiebra
eliminándole la pauta publicitaria oficial. El taller de impresión del
periódico fue judicialmente rematado y quedó en manos de Julio Simón Machado
para producir e dirigir El Centinela de Oriente (1873),
diario liberal, para apoyar las aspiraciones políticas del clan de los Machado:
de Tomás, quien fue Presidente del estado en 1877 y del General Juan Antonio
Machado, quien la había ejercido anteriormente entre 1874 y 1875, cuando se
lanzó como candidato a la Presidencia de la República en los comicios de 1876
para competir con el general Francisco Linares Alcántara, pero sólo obtuvo el
voto de su estado.
El
Centinela de Oriente tenía un tiraje de 800 ejemplares por día y
circulaba en formato de un cuarto de página. Extinguido El Centinela, surgió en
1877 El
Regenerador para mantener viva la llama del guzmancismo y al año
siguiente La Prensa, diario dirigido por José María Arroyo en la primera
imprenta de vapor establecida en la ciudad por cuenta de Emeterio Pérez. Finalmente
surgieron como diarios vespertinos La Prensa Liberal y El Bolivarense,
el más longevo de todos los diarios del siglo diecinueve. Circuló durante
diecinueve años
La Prensa Liberal, fundada en junio de
1885, estuvo circulando hasta la caída de Guzmán Blanco. Aparecía todas las
tardes como órgano de los
intereses generales. Por lo menos era ese
su lema. La suscripción costaba cinco bolívares al mes y 50 céntimos el número
suelto.
Desde
la calle Bogotá, Nª 12, comenzó a circular bajo la dirección del doctor Vicente
Blanco Buroz a quien el año siguiente sucedió el periodista Ramón B. Luigi y
finalmente José Manuel Natera.
El
diario apareció en formato de 54 x 36 cm., a cuatro columnas. En la primera
columna de la primera plana el Almanaque con todo el santoral del mes. En la
siguiente, comerciales o avisos económicos, entre ellos El Baratillo, de Manuel Bigott, anunciado “tener un nuevo surtido tan bueno, tan barato y durable”.
Alpargatas, suela de la afamada Tenería del señor Delfín S. y Cía., del color y
clase que se exija y a precios sumamente baratos. Artículos de talabartería,
quincallería, aperos para arreos de burros, imágenes de santos, Cordones de San
Blas, Escapularios, Cal famosa de Caracas. Asimismo, de manera permanente el
aviso del Taller Fotográfico de Luis Aristeguieta Grillet, en la calle Bolívar,
Nº 2. Las páginas interiores se dedicaban a artículos de opinión.
La
edición 59 del 14 de septiembre de ese año 1885, publica un artículo titulado Abajo Caretas donde se acusa al Director
de El Bolivarense de conducta
antipatriótica y de propósitos hostiles al gobierno del general J. M. Bermúdez
Grau, Presidente del Estado y quien promovía como sucesor al general Raimundo
Fonseca González, un militar y político apureño, que anteriormente había sido
Presidente del estado entre 1880 y 1884, período de Guzmán Blanco.
En 1880, cuando se
eclipsaba la estrella del guzmancismo y la actividad económica bolivarense
había dado un vuelco, los veteranos José María Ortega y Pablo María Rodríguez,
antiguos socios de El Boletín Comercial, volvieron a probar suerte adquiriendo una
imprenta de vapor, la segunda establecida en la ciudad, donde comenzaron a
editar El Bolivarense, diario de la tarde que circuló desde 1880 hasta
el advenimiento de Cipriano Castro, ya extinguiéndose
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