martes, 12 de junio de 2018

ANÉCDOTAS DE PERIODISTAS



El periodista, especialmente el reportero de calle, está entre los personajes  a quienes se le descubren ocasionalmente rasgos curiosos y hasta divertidos en el ejercicio de su profesión.  De él, siempre  zumbado, transportado en su mundo, real o imaginario, se cuentan tantas cosas como actor y víctima de su propio oficio.
            Del periodista se ha dicho y escrito que es lingüista, geopolítico, andarín, actor, sabelotodo, comodín.  Perito en relaciones exteriores, experto en la bolsa de valores.  Conocedor de economía y estadística, al tanto de la fisión y la balística.  Bien, de él se dice y, se han dicho tantas cosas que, al final ¿a quién le interesa si vive o si agoniza?  Creo que ni a él mismo porque para ese sujeto a quien también llaman, por bien o mal, reportero, corresponsal, cronista,  foliculario,  gacetillero,  panfletista, lo más importante es, por sobre todas las cosas,   conseguir al instante la noticia.
            Y cuando se propone  la consigue de verdad y, al padecerla en la yema de los dedos, se aventura  a publicarla con la emoción propia de quien cree frotar en sus manos una primicia, pero a veces ocurre lo que a muchos, que se frustran como  en el caso del colega Santana ya citado reseñado.
            Los periodistas cuando están muy estresado por el trabajo o problemas familiares de los que no escapan por lo complicado de su oficio, visitan la tasca más próxima con uno o más colegas para terminar de componer al mundo y de paso ya pasado de palos burlarse de sus fuentes como ocurrió cuando en tiempo de feria y a falta de módulo policial, la PTJ montó una tienda de campaña en el Mirador  Angostura y un día, ya tarde de la noche y con una mona, Gabriel Aguilera Ordaz, director de Radio Bolívar, prorrumpió en la carpa, inquiriendo: ¿Este es el Circo de los Hermanos Razzore?  Y de adentro le respondió una voz autoritaria: ¨No señor, esta es la PTJ¨ 
            -Ah, la pendejota del  comisario peorro.
            -Mire, señor, respete, y siéntase preso ya!
            Inmediatamente lo sometieron  y por un radiotransmisor el petejota de guardia enteró  al Comisario Cirilo Perdomo y éste alarmado ordenó: -Cómo se les ocurre, suelten a ese hombre o, mejor, métanlo en una patrulla y llévenlo a su casa, porque si no quién aguanta mañana  esa  fanfarria!!!
Distinto en materia de tragos era el periodista  Guillermo Segundo Croes, traumado acaso por un accidente automovilístico que lo dejo medio cojo, pero que no aguantaba el parecido que algunos le encontraban con el Maestro Jesús Soto, lo cual llegó al colmo cuando al corresponsal de El Universal y jefe de prensa del Ejecutivo, le tocó cubrir una visita del Gobernador a Upata en aquellos días en que la prensa nacional y local hablaba  frecuentemente del pintor Jesús Soto, del arte óptico - cinético y la donación de su pinacoteca parisina para la creación de un Museo de Arte Moderno en Ciudad Bolívar.  Soto aparecía fotografiado en la prensa con  melena y bigotes muy parecidos con el look de mostacho y melena que se gastaba el periodista Croes, de manera que la confusión para muchos fue evidente y se puso de manifiesto cuando durante las caminatas del Gobernador Oxford Arias por las calles del Yocoima, los upatenses abordaban a su jefe de prensa con inusual curiosidad,  le sonreían admirados  y le pedían su firma o que les hiciera algunas rayitas en cualquier papelito.
Quien carecía de melena y de nada parecido era el reportero gráfico del diario “El Expreso”, Edgar Díaz, mejor conocido en el gremio como ¨Cabeza de Piedra, siempre trabajando en llave con Rafael Gámez Martínez (Ragán), quien lo convidó a cubrir muy temprano la fuente del Aeropuerto.  Pero estando en el sitio,  Ragan se acordó que debía ir solo a cumplir un compromiso y para librarse del fotógrafo le dijo que se quedara en el Terminal de Pasajeros, muy alerta porque llegaría por primera vez a Guayana el Jet Caribe, (así se llamaba una novedosa motonave muy veloz que transportaba pasajeros entre Puerto La Cruz y Margarita).
Díaz pasó  casi todo el día preparado con su cámara para dar el tubazo y como se hacía tarde, tomó el teléfono del Despacho Aéreo, llamó al Jefe de Redacción, Nilo González, y le preguntó a qué hora por fin iba llegar el  Jet Caribe, pues estaba agotado de tanto esperar.
--Qué Jet Caribe, gordo simplón,  ¿tú crees  estar en el muelle de Puerto La Cruz?

En la Terminal del Aeropuerto de Barcelona y Puerto La Cruz había estado el Maestro Luis Beltrán Prieto Figueroa, pero no en un jet sino en avioneta, al igual que en otros del país, incluyendo el de Ciudad Bolívar,  en el curso de una gira política de cierre de la campaña electoral del MEP.  En el de Ciudad Bolívar, en plena tribuna, accedió a una rueda de prensa con los periodistas, antes de intervenir en el mitin.  Todo parecía bien hasta que el periodista Víctor Mendoza Yajure se alarmó al constatar que su grabadora le había fallado.  “No grabó, Maestro, ¿podría usted, por favor, repetirme lo que dijo durante la rueda de prensa?”  El Maestro Prieto se sublevó y casi le da un manotazo, pero contó hasta diez y lo despachó con esta frase: “Si la grabadora no sirve, pare la oreja, cajaro!”  (No lo confundan con otra palabra, el cajaro es un pez del Orinoco).
Al mismo guaro Victor Mendoza Yajure, corresponsal del Diario de Oriente de Puerto La Cruz, lo mandaron a cubrir la fiesta de los toros en la Manga de Coleo de Soledad que por cierto lleva el nombre del periodista José Antonio Fernández.  Pero en vez de hacerlo personalmente descargó la tarea en su reportero gráfico Pablo Thomas. Al siguiente día, Thomas llevó las gráficas a Mendoza que, por lo visto,  sabía mucho de otra cosa y muy poco de coleo, pues disgustado rechazó las fotos porque los toros se veían en el suelo, desmayados y con el rabo torcido.
Lo contrario ocurrió a periodistas que iban tras la noticia que en vez de los vacunos eran ellos los que se veían tirados al suelo con el rabo torcido de miedo.  Efectivamente, cuando se corrió la noticia de que William Niehous había sido visto en el hato Dividive, tras varios años de secuestro por grupos guerrilleros, los periodistas Marcos Dinelli, Roberto Rojas, Armando Ney  y Rafael Gámez Martínez (Ragan), se fueron tras las compañías de la V División de Infantería como improvisados reporteros de guerra.
Cada vez  que entraba una compañía de tropa en sitio boscoso y de peligro, disparaba una sonora ráfaga de metralla y los periodistas con los nervios en punta se tiraban al suelo.  Estaban tan nerviosos que después de un largo silencio en horas de la tarde se oyó el mugido sostenido de una vaca y los muchachos asustados, desnudos de miedo, se lanzaron contra el suelo.
Y no es lo mismo desnudos de miedo que físicamente desnudarse por necesidad, es decir, libres de ropa, tal cual como les sucedió a los reporteros gráficos José Luis Blasco,  Armando Ney y Anita Marchese, primeros en llegar a la Gran Sabana para cubrir el trágico accidente de un avión DC-3 de Aeropostal fletado por turistas del centro del país. Pero debieron caminar un trecho largo hasta el lugar del siniestro y antes atravesar desnudos una laguna para mantener la ropa seca.  La única que resistió a desvestirse fue Anita por lo que no le quedó más alternativa que arriesgar sus prendas de manufactura italiana y atravesar la laguna con las manos bien pegadas en la cara.  Pero al retornar a Ciudad Bolívar y correr de boca en boca el episodio, el padre de Anita, el también fotógrafo Nino Marchese, todo hecho un terremoto, salió al encuentro de los responsables del desaguisado para dispararles con lo que fuera, pero  cuenta Ney que durante el enfrentamiento con su colega sólo sintió el rotundo fogonazo de un flash.
Pero si Nino temblaba de rabia, sin duda que mucho más en tal sentido le sucedió al Junior Gustavo Naranjo el día que perdió su chamba., cuando Nicaragua fue trágicamente sacudida por un terremoto.  Entonces, Gustavo Naranjo dirigía El Bolivarense y él, siempre fogoso y por el prurito de darle palo a la competencia era capaz de llegar hasta Pequín.  Sin embargo,  esa vez sólo fue hasta Centro América.  Aprovechó una flotilla francesa que hizo escala en el Aeropuerto Tomás de Heres de Ciudad Bolívar antes de continuar rumbo a Nicaragua.  Se las ingenió como pudo y logró pasaje en una de las unidades.  Era un 24 de diciembre de 1973, sin equipaje y con solo una cámara fotográfica, llegó a Nicaragua y permaneció allí hasta el 31 que pudo de retorno conseguir una cola.  Cuando se presentó en los talleres de El Bolivarense donde desde hacía una semana lo esperaban intranquilos pues  había prácticamente abandonado el periódico sin decir nada a nadie, dijo: “Pónganse alegres muchachos, porque  aquí traigo material para tubear durante varios días a la competencia”, pero al  oírlo, el doctor  Álvaro Natera, salió impetuoso de su oficina levantando la voz: “Tú sabes como es la cosa, Naranjo, el tubazo te lo voy a dar yo.  Estás despedido!”
Naranjo como reportero era muy intranquilo y forzaba la barra por estar de primero.  Entre 1956 y 57 cuando circuló el diario La Calle, dirigido por don Luis García Cartaya, amigo del Presidente Marcos Pérez Jiménez, el colega era su periodista estrella para cubrir la fuente de Miraflores.
Los periodistas cotidianamente esperaban, a raya en cierto punto del Palacio, la salida del Presidente para caerle a preguntas, pero Naranjo casi no daba chance a sus colegas y como una metralla largaba sus ráfagas a un Presidente tan parco con la prensa como el gordo de Michelena.  Un día Naranjo hizo tantas preguntas que el general Marcos Pérez Jiménez llamó al director de La Calle y le dijo: “Caramba, amigo García, ese reportero tuyo pregunta más que Pedro Estrada”.  A Naranjo, por supuesto, le cambiaron la fuente y se fue a pescar sin caña a otra parte.
Quien sí se gastaba una caña de verdad era Santiago Alacayo, un periodista agudo y de hablar pausado que se firmaba con el seudónimo “Don Plinio” estaba  mejor dotado que Buendía, según las  amigas vecinas de la Vuelta del Cacho del barrio La Sabanita donde vivía, y ello lo constató el  reportero gráfico, Roberto Rojas, el día que entró al sanitario de una Cervecería y vio un hombre semicalvo, con lentes negros, que drenaba:  ¡Caramba, si es Don Plinio! exclamó y le preguntó  ¿Y eso que es, amigo, una caña de pescar?
Para  muchos colegas más que una caña de pescar era un fusil lo que se gastaba Don Plinio, acaso como el que creía tener un orate supuesto soldado de la V División de Infantería y a quien el periodista Ismael Morales Pérez jugó una mala pasada el día en que  se desplazaba en su camioneta ranchera, muy despacio, por la calle Bolívar del Casco Histórico.  Entonces el loco que tiene la manía de creerse soldado del Batallón Urdaneta, se  le acercó agresivo con un palo, pero Morales que bien lo conocía no perdió la compostura y entre chusco y susto lo enfrentó:
-¿Usted es militar?
-Sí.
-Entonces   ¡Atención... firme! ¡Media... vuelta!... ¡Marche!
Y el loco obedeció como un soldado a la voz de  firme, dio la media vuelta y se puso en marcha por el medio de la calle.



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