El periodista, especialmente el
reportero de calle, está entre los personajes
a quienes se le descubren ocasionalmente rasgos curiosos y hasta
divertidos en el ejercicio de su profesión.
De él, siempre zumbado,
transportado en su mundo, real o imaginario, se cuentan tantas cosas como actor
y víctima de su propio oficio.
Del
periodista se ha dicho y escrito que es lingüista, geopolítico, andarín, actor,
sabelotodo, comodín. Perito en
relaciones exteriores, experto en la bolsa de valores. Conocedor de economía y estadística, al tanto
de la fisión y la balística.
Bien, de él se dice y, se han dicho tantas cosas que, al final ¿a
quién le interesa si vive o si agoniza?
Creo que ni a él mismo porque para ese sujeto a quien también llaman,
por bien o mal, reportero, corresponsal, cronista, foliculario,
gacetillero, panfletista, lo más
importante es, por sobre todas las cosas,
conseguir al instante la noticia.
Y
cuando se propone la consigue de verdad
y, al padecerla en la yema de los dedos, se aventura a publicarla con la emoción propia de quien
cree frotar en sus manos una primicia, pero a veces ocurre lo que a muchos, que
se frustran como en el caso del colega
Santana ya citado reseñado.
Los
periodistas cuando están muy estresado por el trabajo o problemas familiares de
los que no escapan por lo complicado de su oficio, visitan la tasca más próxima
con uno o más colegas para terminar de componer al mundo y de paso ya pasado de
palos burlarse de sus fuentes como ocurrió cuando en tiempo de feria y a falta
de módulo policial, la PTJ montó una tienda de campaña en el Mirador Angostura y un día, ya tarde de la noche y
con una mona, Gabriel Aguilera Ordaz, director de Radio Bolívar, prorrumpió
en la carpa, inquiriendo: ¿Este es el Circo de los Hermanos Razzore? Y de adentro le respondió una voz
autoritaria: ¨No señor, esta es la PTJ¨
-Ah,
la pendejota del comisario peorro.
-Mire,
señor, respete, y siéntase preso ya!
Inmediatamente
lo sometieron y por un radiotransmisor
el petejota de guardia enteró al Comisario
Cirilo Perdomo y éste alarmado ordenó: -Cómo se les ocurre, suelten a ese hombre o,
mejor, métanlo en una patrulla y llévenlo a su casa, porque si no quién aguanta
mañana esa fanfarria!!!
Distinto en materia de tragos
era el periodista Guillermo Segundo
Croes, traumado acaso por un accidente automovilístico que lo dejo medio cojo,
pero que no aguantaba el parecido que algunos le encontraban con el Maestro
Jesús Soto, lo cual llegó al colmo cuando al corresponsal de El
Universal y jefe de prensa del Ejecutivo, le tocó cubrir una visita del
Gobernador a Upata en aquellos días en que la prensa nacional y local
hablaba frecuentemente del pintor Jesús
Soto, del arte óptico - cinético y la donación de su pinacoteca parisina para
la creación de un Museo de Arte Moderno en Ciudad Bolívar. Soto aparecía fotografiado en la prensa
con melena y bigotes muy parecidos con
el look de mostacho y melena que se gastaba el periodista Croes, de manera que
la confusión para muchos fue evidente y se puso de manifiesto cuando durante
las caminatas del Gobernador Oxford Arias por las calles del Yocoima, los
upatenses abordaban a su jefe de prensa con inusual curiosidad, le sonreían admirados y le pedían su firma o que les hiciera
algunas rayitas en cualquier papelito.
Quien carecía de melena y de
nada parecido era el reportero gráfico del diario “El Expreso”, Edgar Díaz,
mejor conocido en el gremio como ¨Cabeza de Piedra, siempre trabajando
en llave con Rafael Gámez Martínez (Ragán), quien lo convidó a cubrir muy
temprano la fuente del Aeropuerto.
Pero estando en el sitio, Ragan
se acordó que debía ir solo a cumplir un compromiso y para librarse del
fotógrafo le dijo que se quedara en el Terminal de Pasajeros, muy alerta porque
llegaría por primera vez a Guayana el Jet Caribe, (así se llamaba una
novedosa motonave muy veloz que transportaba pasajeros entre Puerto La Cruz y
Margarita).
Díaz pasó casi todo el día preparado con su cámara para
dar el tubazo y como se hacía tarde, tomó el teléfono del Despacho Aéreo, llamó
al Jefe de Redacción, Nilo González, y le preguntó a qué hora por fin iba
llegar el Jet Caribe, pues estaba
agotado de tanto esperar.
--Qué Jet Caribe, gordo
simplón, ¿tú crees estar en el muelle de Puerto La Cruz?
En la Terminal del Aeropuerto de
Barcelona y Puerto La Cruz había estado el Maestro Luis Beltrán Prieto
Figueroa, pero no en un jet sino en avioneta, al igual que en otros del país,
incluyendo el de Ciudad Bolívar, en el
curso de una gira política de cierre de la campaña electoral del MEP. En el de Ciudad Bolívar, en plena tribuna,
accedió a una rueda de prensa con los periodistas, antes de intervenir en el
mitin. Todo parecía bien hasta que el
periodista Víctor Mendoza Yajure se alarmó al constatar que su grabadora le
había fallado. “No grabó, Maestro, ¿podría usted,
por favor, repetirme lo que dijo durante la rueda de prensa?” El Maestro Prieto se sublevó y casi le da un
manotazo, pero contó hasta diez y lo despachó con esta frase: “Si
la grabadora no sirve, pare la oreja, cajaro!” (No lo confundan con otra palabra, el cajaro
es un pez del Orinoco).
Al mismo guaro Victor Mendoza Yajure,
corresponsal del Diario de Oriente de Puerto La Cruz, lo mandaron a cubrir la
fiesta de los toros en la Manga de Coleo de Soledad que por cierto lleva el
nombre del periodista José Antonio Fernández.
Pero en vez de hacerlo personalmente descargó la tarea en su reportero
gráfico Pablo Thomas. Al siguiente día, Thomas llevó las gráficas a Mendoza
que, por lo visto, sabía mucho de otra
cosa y muy poco de coleo, pues disgustado rechazó las fotos porque los toros se
veían en el suelo, desmayados y con el rabo torcido.
Lo contrario ocurrió a
periodistas que iban tras la noticia que en vez de los vacunos eran ellos los
que se veían tirados al suelo con el rabo torcido de miedo. Efectivamente, cuando se corrió la noticia de
que William Niehous había sido visto en el hato Dividive, tras varios años de
secuestro por grupos guerrilleros, los periodistas Marcos Dinelli, Roberto Rojas, Armando Ney y Rafael Gámez Martínez (Ragan), se
fueron tras las compañías de la V División de Infantería como improvisados
reporteros de guerra.
Cada vez que entraba una compañía de tropa en sitio
boscoso y de peligro, disparaba una sonora ráfaga de metralla y los periodistas
con los nervios en punta se tiraban al suelo.
Estaban tan nerviosos que después de un largo silencio en horas de la
tarde se oyó el mugido sostenido de una vaca y los muchachos asustados,
desnudos de miedo, se lanzaron contra el suelo.
Y no es lo mismo desnudos de
miedo que físicamente desnudarse por necesidad, es decir, libres de ropa, tal
cual como les sucedió a los reporteros gráficos
José Luis Blasco, Armando Ney y Anita
Marchese, primeros en llegar a la Gran Sabana para cubrir el trágico
accidente de un avión DC-3 de Aeropostal fletado por turistas del centro del
país. Pero debieron caminar un trecho largo hasta el lugar del siniestro y
antes atravesar desnudos una laguna para mantener la ropa seca. La única que resistió a desvestirse fue Anita
por lo que no le quedó más alternativa que arriesgar sus prendas de manufactura
italiana y atravesar la laguna con las manos bien pegadas en la cara. Pero al retornar a Ciudad Bolívar y correr de
boca en boca el episodio, el padre de Anita, el también fotógrafo Nino Marchese, todo hecho un terremoto,
salió al encuentro de los responsables del desaguisado para dispararles con lo
que fuera, pero cuenta Ney que durante
el enfrentamiento con su colega sólo sintió el rotundo fogonazo de un flash.
Pero si Nino temblaba de rabia,
sin duda que mucho más en tal sentido le sucedió al Junior Gustavo Naranjo el
día que perdió su chamba., cuando Nicaragua fue trágicamente sacudida por un
terremoto. Entonces, Gustavo Naranjo dirigía
El
Bolivarense y él, siempre fogoso y por el prurito de darle palo a la
competencia era capaz de llegar hasta Pequín.
Sin embargo, esa vez sólo fue
hasta Centro América. Aprovechó una
flotilla francesa que hizo escala en el Aeropuerto Tomás de Heres de Ciudad
Bolívar antes de continuar rumbo a Nicaragua.
Se las ingenió como pudo y logró pasaje en una de las unidades. Era un 24 de diciembre de 1973, sin equipaje
y con solo una cámara fotográfica, llegó a Nicaragua y permaneció allí hasta el
31 que pudo de retorno conseguir una cola.
Cuando se presentó en los talleres de El Bolivarense donde
desde hacía una semana lo esperaban intranquilos pues había prácticamente abandonado el periódico
sin decir nada a nadie, dijo: “Pónganse alegres muchachos, porque aquí traigo material para tubear durante
varios días a la competencia”, pero al
oírlo, el doctor Álvaro Natera,
salió impetuoso de su oficina levantando la voz: “Tú sabes como es la cosa,
Naranjo, el tubazo te lo voy a dar yo.
Estás despedido!”
Naranjo como reportero era muy
intranquilo y forzaba la barra por estar de primero. Entre 1956 y 57 cuando circuló el diario La
Calle, dirigido por don Luis García Cartaya, amigo del Presidente
Marcos Pérez Jiménez, el colega era su periodista estrella para cubrir la
fuente de Miraflores.
Los periodistas cotidianamente
esperaban, a raya en cierto punto del Palacio, la salida del Presidente para
caerle a preguntas, pero Naranjo casi no daba chance a sus colegas y como una
metralla largaba sus ráfagas a un Presidente tan parco con la prensa como el
gordo de Michelena. Un día Naranjo hizo
tantas preguntas que el general Marcos Pérez Jiménez llamó al director de La
Calle y le dijo: “Caramba, amigo García, ese reportero tuyo pregunta más que Pedro
Estrada”. A Naranjo, por supuesto,
le cambiaron la fuente y se fue a pescar sin caña a otra parte.
Quien sí se gastaba una caña de
verdad era Santiago Alacayo, un periodista agudo y de hablar pausado que se
firmaba con el seudónimo “Don Plinio” estaba mejor dotado que Buendía, según las amigas vecinas de la Vuelta del Cacho del
barrio La Sabanita donde vivía, y ello lo constató el reportero gráfico, Roberto Rojas, el día que
entró al sanitario de una Cervecería y vio un hombre semicalvo, con lentes
negros, que drenaba: ¡Caramba,
si es Don Plinio! exclamó y le preguntó
¿Y eso que es, amigo, una caña de pescar?
Para muchos colegas más que una caña de pescar era
un fusil lo que se gastaba Don Plinio, acaso como el que creía tener un orate supuesto
soldado de la V División de Infantería y a quien el periodista Ismael Morales
Pérez jugó una mala pasada el día en que se desplazaba en su camioneta
ranchera, muy despacio, por la calle Bolívar del Casco Histórico. Entonces el loco que tiene la manía de
creerse soldado del Batallón Urdaneta, se
le acercó agresivo con un palo, pero Morales que bien lo conocía no
perdió la compostura y entre chusco y susto lo enfrentó:
-¿Usted es militar?
-Sí.
-Entonces ¡Atención... firme! ¡Media... vuelta!...
¡Marche!
Y el loco obedeció como un
soldado a la voz de firme, dio la media
vuelta y se puso en marcha por el medio de la calle.
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