jueves, 28 de junio de 2018

REVISTA “EL MINERO”


            En 1954, año que marca el nacimiento de la revista “El Minero”, todo lo de hoy en Guayana, estaba por hacer o comenzaba a hacerse, incluyendo a esta revista pionera del periodismo en la zona.
La revista “El Minero” estaba apenas en su embrión, envuelta en  membrana textual, exclusivamente mimeografiada para un determinado segmento humano de la empresa comprometida con el desarrollo de la industria extractiva del hierro. Los directivos de la Orinoco Mining Company comprendieron después la necesidad de hacerla bilingüe y a medida que la presencia venezolana tomaba cuerpo en la compañía, en esa misma medida la revista se fue transformando conforme a nuestra propia realidad idiomática.  Hoy es el reflejo o la historia de lo que ha sido la explotación industrial del hierro en Venezuela.
Una explotación, antecedida a fines del siglo diecinueve por las operaciones mineras de la  Compañía Manoa, de la cual era residente George Edward Fitzgerald, ingeniero que  descubre la mina de hierro de Imataca, pero esa rudimentaria explotación del hierro no pudo explayarse ni tuvo permanencia en el tiempo.  Es a partir de 1949, cuando la Orinoco Mining Company hecha sus bases en la confluencia del Orinoco con el Caroní, que la explotación del mineral de hierro, adscrita a una moderna tecnología, traza su rumbo estable y promisorio.  Entonces, en 1949, todo el desarrollo urbano de hoy, estaba por hacerse y comenzó formal y oficialmente cuando el coronel Luis Felipe Llovera Páez, representante de la Junta Militar de Gobierno, colocó en febrero de 1952 la primera piedra de dos ciudades abiertas que sirvieran de plataforma urbana a la industria extractiva del hierro: Puerto Ordaz que arrancó con la construcción del Centro Cívico a la par que Ciudad Piar al pie de los  yacimientos de hierro del Cerro Bolívar descubiertos en 1947 por un grupo de ingenieros y geólogos de la Oliver Iron Mining Company.
            En 1954, Guayana –léase el Estado Bolívar- era un inmenso territorio de bosques y ríos en toda su extensión de 238.000 kilómetros cuadrados, apenas habitado por 130 mil almas. La Zona del Caroní, era  fundamentalmente  San Félix  con una población de  5 mil habitantes, aún cuando Puerto Ordaz ya estaba planificado y se levantaba desde 1952 sobre piedras, barrancos y pastizales.  Ciudad Bolívar, la capital, 41.000 habitantes, era la más poblada, y como tal, centro de influencia urbana para el desarrollo del Caroní.  Tanto así que las oficinas de la Orinoco Mining Company, subsidiaria al igual que la Oliver Iron Mining de la United States. Steel Corporation, estaban en Ciudad Bolívar en las instalaciones que posteriormente fueron donadas  en el populoso barrio La Sabanita, al Núcleo Bolívar de la Universidad de Oriente.
            La zona del Caroní, a 120 kilómetros de los yacimientos de hierro, no tenía jurisdicción político – administrativa propia sino que el lado izquierdo del Caroní pertenecía a Ciudad Bolívar (Distrito Heres) y el lado derecho (Distrito Piar) a Upata.  No será sino en 1961 cuando por reforma de la Ley de División Político – Territorial del Estado se crea el Distrito Municipal Caroní con Capital en San Félix de Guayana.
            En 1954, Venezuela estaba gobernada por el General Marcos Pérez Jiménez, producto derivado de un golpe de estado contra el Gobierno constitucional de Rómulo Gallegos y en el Estado Bolívar el Gobernador era el doctor Eudoro Sánchez Lanz. Precisamente, ese año se efectuó el primer embarque del mineral de hierro extraído del Cerro Bolívar.  Ocurrió el viernes 9 de enero a las 10:05 de la mañana cuando el Presidente de la República, entonces coronel Marcos Pérez Jiménez, acompañado del Presidente de la Orinoco Mining, Francis Thomas, oprimió el botón que hizo poner en marcha la maquinaria destinada a finalizar las operaciones de estiba del primer barco, el “S. S. Tosca”, de bandera sueca, que momentos después zarpaba con destino al puerto de la Planta  Fairless Works, de la U. S. Steel, a 50 kilómetros de Filadelfia, Estado de Pensilvania.  En sus bodegas el carguero llevaba 6.055 toneladas métricas de hierro que llegaron a Filadelfia a través del río Delawere el 19 de enero de 1954, en medio de un espectacular despliegue de fuegos artificiales y el estridente silbido de las sirenas de otros barcos anclados en el puerto.  La United States Steel  celebraba el acontecimiento.
            Ese año de 1954, Venezuela pasó a jerarquizar la producción de mineral de hierro en Sur América con  5,5 millones de toneladas métricas, seguida del Brasil con 3,4; de Chile, con 2,0 y del Perú, con 1,4 millones de toneladas.
            El mineral de hierro se transportaba desde el área del la mina, cerca de la cima del Cerro Bolívar a la plataforma de carga de los vagones, a un promedio de 2,5 furgones por hora equivalente a 14 mil toneladas por día.  Dos locomotoras, una con 120 vagones y 100 la otra, cubrían una línea férrea de 91 millas desde el Cerro Bolívar al muelle de Punta de Lomas en Puerto Ordaz.  Era lo más visible y lo más ruidoso en 1954 aparte de las barracas obreras, mientras empresas constructoras como la “Bechtel”,  “La Camino” y “La Morrinson” echaban las bases del urbanismo sobre los pastizales donde antes pastaba el ganado de  don Alejandro Uncein.
            En 1954, más que de Puerto Ordaz, los bolivarenses preferían hablar  propiamente de la “Zona del Hierro”, la cual comenzó con barracas de madera y zinc como viviendas, un simple Comando de Policía ocupando también una barraca al igual que la, Oficina de Correos, el Comedor de obreros y empleados, la farmacia, el consultorio de medicina laboral, la oficina de colocación dependiente del Ministerio del Trabajo y un barbero.
            Los que venían de todas partes tras el nuevo Dorado, pagaban el peaje de los sinsabores del sol, el polvo y la espera larga y paciente bajo la sombra de un Roble que se hizo famoso como punto de recepción y referencia al igual que El Manguito de Castillito a la entrada del barrio Los Monos.
            La “Zona del Hierro” comenzaba a ejercer  emocionante atractivo para los desempleados de la Venezuela mejor comunicada, pero más para los del Oriente cercano, todos mejor informados por las noticias de los medios radioeléctricos y la prensa nacional, pues en el Estado Bolívar apenas existían con poco alcance desde 1936 las Radio Bolívar y la Ecos del Orinoco, más  el vespertino “El Luchador” de cuatro páginas editado en los mismos y antiguos Talleres Tipográficos de “La Empresa” de los Hermanos Suegart, donde la OMC realizaba toda la papelería administrativa, incluso la Revista “El Minero” bilingüe de cuatro páginas cuando había dejado atrás la improvisación manual del Mimeógrafo.
            Ciudad Bolívar era la gran proveedora de la “Zona del Hierro” y para cubrir las fallas informativas de “El Luchador” con respecto al fenómeno económico social que se estaba dando en la confluencia de los dos grandes ríos, Manuelito Requesens, heredero de la Librería Hispana de Ciudad Bolívar, fundó un periódico propio de la zona, “El Hierro”, que circulaba semanalmente desde 1951, pero que se apagó con el advenimiento de “El Minero”.
            El Bolivarense aparecería como semanario al año siguiente de la salida de “El Minero”, es decir, el 3 de diciembre de 1955. “Semanario para convertirse en diario” decía el cabezal derecho y el de la izquierda expresaba que se editaba en  la Editorial Talavera, calle Igualdad 18, bajo la redacción y administración de Luis N. Barrios. En el centro de los dos cabezales el logotipo “El Bolivarense” emergiendo de un tintero, y abajo el lema: “Diario matutino de intereses generales, cuarta época”.
            El nacimiento de Puerto Ordaz al calor de las perspectivas de las minas de hierro del “Cerro Bolívar” abría también la posibilidad para los medios impresos y más tarde para los medios radioeléctricos que al ritmo de la transformación urbana e industrial de la zona se fueron multiplicando.  Sobreviviente de ese quehacer primario, cuando todo comenzaba o estaba por hacerse, es la revista “El Minero”, que en junio de 2004 celebró  sus bodas de oro con la comunidad que cincuenta años atrás inició su misma aventura de sueños y realidades cabalgando la imaginación bajo la atmósfera lenitiva de sus páginas.
            

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