martes, 12 de junio de 2018

DE LA ALDEA GLOBAL A LA ALDEA DE CHISME


            Alimentar o entretenerse con el chisme no es clínicamente una patología sino una condición o propensión casi innata del ser humano, cuya imaginación y capacidad de interpretación en grado más o menos lo resiste a ser un simple resonador del mensaje. El problema del chisme en todo caso, reside en la perversidad hiperbólica lo cual es dable en almas tenebrosas.
            A Hebert Marshall McLuhan le atribuyen la frase “aldea global”. En realidad McLuhan, doctor en literatura de la Universidad de Toronto, llamado el “padre de la comunicación social”, sostiene que con el surgimiento  de la era electrónica y la evolución de los circuitos electrónicos en el siglo veinte, el hombre se ha visto restablecido en algunas de sus costumbres tribales y el mundo se ha vuelto una “aldea global”. McLuhan llama la atención sobre el cómo y el porqué la radio, el teléfono, la TV, los filmes, las computadoras y todas la demás formas electrónicas de comunicación están reestructurando la civilización.
            En realidad, antes de la aparición de éstos medios electrónicos de comunicación, el mundo era más aislado en el sentido de comunicarse un lugar con otro, pero cada lugar en sí era socialmente más compacto y comunicativo, mientras más villa o aldea, más ostensibles las relaciones primarias de sus miembros, el contacto humano se basaba en el conocimiento de las personas cuya interacción era recíproca, permanente o muy frecuente.
            Este tipo de relación, característico de las vecindades, aldeas y pueblos, ha quedado sepultado por el peso de la sociedad industrial. La comunicación directa, corrientemente oral, personal, eminentemente recíproca o dialogal, difícilmente se da en las ciudades cosmopolitas, en las grandes urbes donde la gente anda de prisa y atraída como por un imán misterioso. En la gran ciudad, la comunicación transcurre de otra manera y por otra vía, transcurre a través de los medios impresos o radio eléctricos y por ello se ha hecho menos afectiva, menos personal, la difusión del mensaje, generalmente es desnudo, es desprovisto de ese ingrediente lubricante del chisme aldeano.
            Cuando las grades ciudades de hoy eran simples villas, pueblos o aldeas, cada quien se enteraba directamente del acontecer de la vida cotidiana y lo comunicaba a los demás espontáneamente. Por el contrario, en la sociedad de las grandes ciudades predominan las relaciones secundarias contractuales. Los contactos humanos se realizan sobre la base de algún rasgo o función social común y se extienden a todas las instituciones, ya sean éstas políticas, económicas, religiosas o educativas. El estado de las fuerzas productivas en la sociedad industrial sustituye las relaciones recíprocas y cooperativas de la comunidad, por relaciones unilaterales y competitivas. Las relaciones humanas dentro del proceso productivo son de carácter jerárquico, sometiendo al individuo y los grades conglomerados a la voluntad de una minoría que regula y organiza de acuerdo  con sus intereses toda la vida social. La espontaneidad y creatividad individual dentro de la comunidad cede el paso al sometimiento, a los intereses de aquellos que manejan el aparato productivo y a los mecanismos de control social.
            De manera que la aldea global que en conjunto viene siendo, según McLuhan, el mundo unido o acercado en todos sus componentes sociales por el cordón umbilical de la electrónica o, en escala menor, la gran ciudad civilizada, sólo tiene de parecido con la aldea en término denotativo, la inmediatez con la cual se conocen las noticias. El mensaje tiene una inmediatez sorprendente, pero huérfano del verdadero valor del chisme aldeanamente doméstico. Por supuesto, que la gran ciudad no erradica el chime, ni tiende a erradicarlo, sino que lo modifica, vale decir, éste, el chisme, no conlleva el mismo grado de intensidad emocional ni el mismo feed back que se da o pone a circular en la aldea. El chisme que se transmite utilizando algún medio manual o electrónico es distinto o tiene otro matiz. El chisme de la ciudad industrial más aproximado al de la aldea es aquel que se da por teléfono o se pone a circular a nivel gregario, es decir, a nivel de gremios, clubes, partidos, sindicatos o asociaciones.
            En la aldea global, el chisme tiene otra connotación quizás más inteligente, posiblemente menos destructiva, tal vez tienda a ser rumor o comentario sin efectos catastróficos. En la aldea del chisme, aldea del chisme porque es allí donde la murmuración cuenta y tiene valor residencial, allí, en cambio, con asidero real  o ficticio, puede transformarse de pronto en un infierno. De todas maneras, del chisme de acá o de acullá todo el mundo se cuida encomendándose a Dios.
            Es común oír decir “del chisme y del infierno me libre Dios”, y en general del chisme todos nos cuidamos, pero difícilmente escapamos de su dardo. De alguna manera y en el momento menos previsto nos puede rozar o podemos ser víctimas. Tal vez, a quien menos  roce el chisme sea al pobre, pero ay de aquel que no sea rico de cuna y de pronto encuentre fortuna o un buen consorte. Por eso, en el Quijote, a Teresa, la mujer de Sancho, no le agradaba la idea de buscarle buen partido a su hija Marisacha sugerida por su marido cuando lograra la gobernación de la ínsula prometida por el Quijote: “Quien te cubre, te descubre”, respondía con el  adagio y luego explicaba que “Por el pobre todos pasan los ojos como de corrida y en el rico se detienen, y si el tal rico  fue un tiempo pobre, allí es el murmurar y el maldecir y el peor perseverar de los maldicentes, que los hay por esas calles a montones como enjambres de abejas”
            Realmente, por las calles existen los chismosos a montones como enjambres de abejas, pero también, gente muy ajena a este defecto como aquel discreto hidalgo de La Mancha llamado Diego de Miranda, en la misma obra cumbre de Cervantes, cuando montando una yegua tordilla se emparejaba en el camino con el caballero de la triste figura y entabla un diálogo en el que, entre otras virtudes con las cuales se identifica, cita la de no reunirse con todo el mundo, menos con gente de lengua muy larga. Mis convites  -agrega- son limpios y aseados y no nada escasos: “ni gusto de murmurar ni consiente que delante de mi se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy lince de los hechos de los otros”.
            Conducta opuesta es la que suelen adoptar otros como el estudiante que presenció la operación de salvamento llevada a cabo por los vecinos de una aldea al borde de un barranco, por donde el gobernador de Barataria rodó estrepitosamente con su rucio, cayendo en lo más profundo sin poder salir a esfuerzo propio por más que lo intentara.
            -De esta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores, como este pecador del profundo del abismo; muerto de hambre, descolorido, y sin blanca, a lo que yo creo.
            Y al estudiante murmurador respondió Sancho con esta queja:
            -Ocho días o diez hermano ha, hermano murmurador, que entré a gobernar la ínsula que me dieron, en los cuales no me vi harto de pan siquiera una hora; en ellos me han perseguido médicos y enemigos me han brumado de guesos; ni he tenido lugar de hacer cohechos, ni de cobrar derechos;  y siendo esto así, como lo es, no merecía, yo, a mi parecer, salir de esta manera; pero el hombre pone y Dios dispone, y Dios sabe lo mejor y lo que está bien a cada uno; y cuál el tiempo, tal el tiento, y nadie diga “de esta agua no beberé”, que adonde se piensa hay tocinos, no hay estacas; y Dios me entiende, y basta, y no digo más, aunque pudiera.
            -No te enojes, Sancho, terció Don Quijote. No te enojes no recibas pesadumbre de lo que oyeres; que será nunca acabar; ven tú con segura conciencia, y digan lo que dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mismo que poner puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen de él que ha sido un ladrón; y si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato.
            -A buen seguro –respondió Sancho- que por esta vez antes me han de tener por tonto que por ladrón. De manera pues, que como dice el propio Cervantes en su otro libro “Persiles y Sigismundo”, es tan ligera la lengua como el pensamiento, y si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la lengua.
            Comentando esto del chisme con un psiquiatra, específicamente con el doctor Miguel Grau, decano del Núcleo Bolívar de la Universidad de Oriente, me decía que el chisme es producto de la misma condición humana del ser y que es inevitable. Cada quien lo lleva consigo porque si a ver vamos, el chisme es la información “manoseada”, vale decir, la que ha pasado por la oralidad de quienes le han puesto su interpretación muy personal o alimentado con una imaginación muy dependiente de su condición humana, porque, a la postre, nadie quiere ser resonador o simple transmisor autómata de un mensaje tal cual como ocurre con los medios impresos o radioeléctrico.
            Incluso, se atreve a decir Grau, que con la caída del muro de Berlín que signa la caída de las ideologías, por lo menos de las grandes ideologías socialismo-capitalismo, de la cual se aprovechaban los países subdesarrollados, se ha caído también la discusión y el diálogo trascendente para refugiarse en la trivialidad del chisme.
            Es en el terreno político donde se observa mejor esta realidad de la trivialidad, de lo insustancial, de lo intrascendente, en fin, de la murmuración, el rumor y el chisme. Así, el aplazamiento del matrimonio entre Irene Sáez y Enrique Mendoza, el saludo de mano entre Luis Herrera y Carlos Andrés Pérez en un encuentro  fortuito, como el distanciamiento del Presidente de la República de su esposa, resultan de una trascendencia global tan sorprendente como un chisme de comadronas en un barrio pobre de Ciudad Bolívar.
            Comparte Grau el criterio de que el chisme, condición de la que nadie puede desligarse, aunque sí situarse en grado más o en grado menos, es mortal en la pequeña aldea, mientras que en la ciudad por ser más difícil y menos fluida la comunicación interpersonal, no causa gran efecto. Como la ciudad es más grande el mensaje personal es más lento, se enfría porque tarda más en expandirse y tanta carga recibe a medida que se expande que termina siendo dudoso o increíble.

            En los grandes grupos hay muchas y diversas opiniones y la colisión entre una opinión y otra va debilitando la carga intencional inicial del chisme, mientras que en los pequeños conglomerados sociales por ser las opiniones escasas y casi uniformes, los efectos del chisme son más poderosos. En todo caso, el problema del chisme es la perversidad hiperbólica, lo cual es excepcionalmente dable en las almas ruines, pero el chisme, tanto en la aldea global como en la individual, existe y por inevitable existirá de modalidades según la era, la época y el estrato de la sociedad. 

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