Alimentar
o entretenerse con el chisme no es clínicamente una patología sino una
condición o propensión casi innata del ser humano, cuya imaginación y capacidad
de interpretación en grado más o menos lo resiste a ser un simple resonador del
mensaje. El problema del chisme en todo caso, reside en la perversidad
hiperbólica lo cual es dable en almas tenebrosas.
A Hebert Marshall McLuhan le
atribuyen la frase “aldea global”. En realidad McLuhan, doctor en literatura de la
Universidad de Toronto, llamado el “padre de la comunicación social”, sostiene
que con el surgimiento de la era
electrónica y la evolución de los circuitos electrónicos en el siglo veinte, el
hombre se ha visto restablecido en algunas de sus costumbres tribales y el
mundo se ha vuelto una “aldea global”. McLuhan llama la
atención sobre el cómo y el porqué la radio, el teléfono, la TV, los filmes,
las computadoras y todas la demás formas electrónicas de comunicación están
reestructurando la civilización.
En
realidad, antes de la aparición de éstos medios electrónicos de comunicación,
el mundo era más aislado en el sentido de comunicarse un lugar con otro, pero
cada lugar en sí era socialmente más compacto y comunicativo, mientras más
villa o aldea, más ostensibles las relaciones primarias de sus miembros, el
contacto humano se basaba en el conocimiento de las personas cuya interacción
era recíproca, permanente o muy frecuente.
Este
tipo de relación, característico de las vecindades, aldeas y pueblos, ha
quedado sepultado por el peso de la sociedad industrial. La comunicación
directa, corrientemente oral, personal, eminentemente recíproca o dialogal,
difícilmente se da en las ciudades cosmopolitas, en las grandes urbes donde la gente
anda de prisa y atraída como por un imán misterioso. En la gran ciudad, la
comunicación transcurre de otra manera y por otra vía, transcurre a través de
los medios impresos o radio eléctricos y por ello se ha hecho menos afectiva,
menos personal, la difusión del mensaje, generalmente es desnudo, es desprovisto
de ese ingrediente lubricante del chisme aldeano.
Cuando
las grades ciudades de hoy eran simples villas, pueblos o aldeas, cada quien se
enteraba directamente del acontecer de la vida cotidiana y lo comunicaba a los
demás espontáneamente. Por el contrario, en la sociedad de las grandes ciudades
predominan las relaciones secundarias contractuales. Los contactos humanos se
realizan sobre la base de algún rasgo o función social común y se extienden a
todas las instituciones, ya sean éstas políticas, económicas, religiosas o
educativas. El estado de las fuerzas productivas en la sociedad industrial
sustituye las relaciones recíprocas y cooperativas de la comunidad, por
relaciones unilaterales y competitivas. Las relaciones humanas dentro del
proceso productivo son de carácter jerárquico, sometiendo al individuo y los
grades conglomerados a la voluntad de una minoría que regula y organiza de
acuerdo con sus intereses toda la vida
social. La espontaneidad y creatividad individual dentro de la comunidad cede
el paso al sometimiento, a los intereses de aquellos que manejan el aparato
productivo y a los mecanismos de control social.
De
manera que la aldea global que en conjunto viene siendo, según McLuhan, el
mundo unido o acercado en todos sus componentes sociales por el cordón
umbilical de la electrónica o, en escala menor, la gran ciudad civilizada, sólo
tiene de parecido con la aldea en término denotativo, la inmediatez con la cual
se conocen las noticias. El mensaje tiene una inmediatez sorprendente, pero
huérfano del verdadero valor del chisme aldeanamente doméstico. Por supuesto,
que la gran ciudad no erradica el chime, ni tiende a erradicarlo, sino que lo
modifica, vale decir, éste, el chisme, no conlleva el mismo grado de intensidad
emocional ni el mismo feed back que se da o pone a
circular en la aldea. El chisme que se transmite utilizando algún medio manual
o electrónico es distinto o tiene otro matiz. El chisme de la ciudad industrial
más aproximado al de la aldea es aquel que se da por teléfono o se pone a
circular a nivel gregario, es decir, a nivel de gremios, clubes, partidos,
sindicatos o asociaciones.
En
la aldea global, el chisme tiene otra connotación quizás más inteligente,
posiblemente menos destructiva, tal vez tienda a ser rumor o comentario sin
efectos catastróficos. En la aldea del chisme, aldea del chisme porque es allí
donde la murmuración cuenta y tiene valor residencial, allí, en cambio, con
asidero real o ficticio, puede transformarse
de pronto en un infierno. De todas maneras, del chisme de acá o de acullá todo
el mundo se cuida encomendándose a Dios.
Es común oír decir “del
chisme y del infierno me libre Dios”, y en general del chisme todos nos
cuidamos, pero difícilmente escapamos de su dardo. De alguna manera y en el
momento menos previsto nos puede rozar o podemos ser víctimas. Tal vez, a quien
menos roce el chisme sea al pobre, pero
ay de aquel que no sea rico de cuna y de pronto encuentre fortuna o un buen
consorte. Por eso, en el Quijote, a Teresa, la mujer de Sancho, no le agradaba
la idea de buscarle buen partido a su hija Marisacha sugerida por su marido
cuando lograra la gobernación de la ínsula prometida por el Quijote: “Quien
te cubre, te descubre”, respondía con el adagio y luego explicaba que “Por
el pobre todos pasan los ojos como de corrida y en el rico se detienen, y si el
tal rico fue un tiempo pobre, allí es el
murmurar y el maldecir y el peor perseverar de los maldicentes, que los hay por
esas calles a montones como enjambres de abejas”
Realmente,
por las calles existen los chismosos a montones como enjambres de abejas, pero
también, gente muy ajena a este defecto como aquel discreto hidalgo de La
Mancha llamado Diego de Miranda, en la misma obra cumbre de Cervantes, cuando
montando una yegua tordilla se emparejaba en el camino con el caballero de la
triste figura y entabla un diálogo en el que, entre otras virtudes con las
cuales se identifica, cita la de no reunirse con todo el mundo, menos con gente
de lengua muy larga. Mis convites
-agrega- son limpios y aseados y no nada escasos: “ni gusto de murmurar ni
consiente que delante de mi se murmure; no escudriño las vidas ajenas ni soy
lince de los hechos de los otros”.
Conducta
opuesta es la que suelen adoptar otros como el estudiante que presenció la
operación de salvamento llevada a cabo por los vecinos de una aldea al borde de
un barranco, por donde el gobernador de Barataria rodó estrepitosamente con su
rucio, cayendo en lo más profundo sin poder salir a esfuerzo propio por más que
lo intentara.
-De
esta manera habían de salir de sus gobiernos todos los malos gobernadores, como
este pecador del profundo del abismo; muerto de hambre, descolorido, y sin
blanca, a lo que yo creo.
Y
al estudiante murmurador respondió Sancho con esta queja:
-Ocho
días o diez hermano ha, hermano murmurador, que entré a gobernar la ínsula que
me dieron, en los cuales no me vi harto de pan siquiera una hora; en ellos me
han perseguido médicos y enemigos me han brumado de guesos; ni he tenido lugar
de hacer cohechos, ni de cobrar derechos;
y siendo esto así, como lo es, no merecía, yo, a mi parecer, salir de
esta manera; pero el hombre pone y Dios dispone, y Dios sabe lo mejor y lo que
está bien a cada uno; y cuál el tiempo, tal el tiento, y nadie diga “de esta
agua no beberé”, que adonde se piensa hay tocinos, no hay estacas; y Dios me
entiende, y basta, y no digo más, aunque pudiera.
-No
te enojes, Sancho, terció Don Quijote. No te enojes no recibas pesadumbre de lo
que oyeres; que será nunca acabar; ven tú con segura conciencia, y digan lo que
dijeren; y es querer atar las lenguas de los maldicientes lo mismo que poner
puertas al campo. Si el gobernador sale rico de su gobierno, dicen de él que ha
sido un ladrón; y si sale pobre, que ha sido un parapoco y un mentecato.
-A
buen seguro –respondió Sancho- que por esta vez antes me han de tener por tonto
que por ladrón. De manera pues, que como dice el propio Cervantes en su otro
libro “Persiles y Sigismundo”, es tan ligera la lengua como el pensamiento, y
si son malas las preñeces de los pensamientos, las empeoran los partos de la
lengua.
Comentando esto del chisme con un
psiquiatra, específicamente con el doctor Miguel Grau, decano del Núcleo
Bolívar de la Universidad de Oriente, me decía que el chisme es producto de la
misma condición humana del ser y que es inevitable. Cada quien lo lleva consigo
porque si a ver vamos, el chisme es la información “manoseada”, vale decir, la
que ha pasado por la oralidad de quienes le han puesto su interpretación muy
personal o alimentado con una imaginación muy dependiente de su condición
humana, porque, a la postre, nadie quiere ser resonador o simple transmisor
autómata de un mensaje tal cual como ocurre con los medios impresos o radioeléctrico.
Incluso,
se atreve a decir Grau, que con la caída del muro de Berlín que signa la caída
de las ideologías, por lo menos de las grandes ideologías
socialismo-capitalismo, de la cual se aprovechaban los países subdesarrollados,
se ha caído también la discusión y el diálogo trascendente para refugiarse en
la trivialidad del chisme.
Es
en el terreno político donde se observa mejor esta realidad de la trivialidad,
de lo insustancial, de lo intrascendente, en fin, de la murmuración, el rumor y
el chisme. Así, el aplazamiento del matrimonio entre Irene Sáez y Enrique
Mendoza, el saludo de mano entre Luis Herrera y Carlos Andrés Pérez en un
encuentro fortuito, como el
distanciamiento del Presidente de la República de su esposa, resultan de una
trascendencia global tan sorprendente como un chisme de comadronas en un barrio
pobre de Ciudad Bolívar.
Comparte
Grau el criterio de que el chisme, condición de la que nadie puede desligarse,
aunque sí situarse en grado más o en grado menos, es mortal en la pequeña
aldea, mientras que en la ciudad por ser más difícil y menos fluida la
comunicación interpersonal, no causa gran efecto. Como la ciudad es más grande
el mensaje personal es más lento, se enfría porque tarda más en expandirse y
tanta carga recibe a medida que se expande que termina siendo dudoso o
increíble.
En
los grandes grupos hay muchas y diversas opiniones y la colisión entre una
opinión y otra va debilitando la carga intencional inicial del chisme, mientras
que en los pequeños conglomerados sociales por ser las opiniones escasas y casi
uniformes, los efectos del chisme son más poderosos. En todo caso, el problema
del chisme es la perversidad hiperbólica, lo cual es excepcionalmente dable en
las almas ruines, pero el chisme, tanto en la aldea global como en la
individual, existe y por inevitable existirá de modalidades según la era, la
época y el estrato de la sociedad.
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