viernes, 22 de junio de 2018

EL CORREO DEL CARONÍ



            La primera edición del Correo del Caroní,  registrada por el sexto mes de 1977, esboza a grandes rasgos, afinada después en los años inmediatos subsiguientes, lo que será su conducta editorial a partir del 27 de junio, fecha incluso que lo marcaba y predecía, pues era Día del Periodista Venezolano y efemérides de su homónimo el histórico Correo del Orinoco.        
            No hubo día más ideal para la natividad de un periódico. Fue escogido a propósito como homenaje a quien prestó su nombre para connotarlo con el del tributario más recio y telúrico que tiene el Orinoco, y su propietario y director para el mejor acabado de la obra le puso a la editora el nombre de Andrés Roderick, impresor que traspuso mares y se hizo grande en estas tierras.
            En rotativa offset, la más grande y moderna llegada a Ciudad Guayana, comenzó día a día a hilvanarse el diario standard de David Natera Febres, que entonces constaba de dieciséis páginas distribuidas en dos cuerpos. Posteriormente el espacio fue extendido a treinta y seis en cuatro cuerpos, compitiendo en calidad e información con los grandes rotativos del país.
            Obviamente que el Correo del Caroní es un periódico regional, pero la importancia que tiene para el guayanés no es sólo por ello, por el orgullo provincial y la calidad integral del formato, sino por la veracidad, claridad, exactitud y equilibrio de sus informaciones y por la oportunidad dada al habitante de aquende del Orinoco de tener acceso a la información escrita, bien sea regional, nacional e internacional, mucho antes de comenzar a circular los grandes rotativos nacionales.
            La calidad de la prensa de provincia y su fluida circulación incentivada también por el bajo costo comparativo, ha restado importancia a los periódicos de penetración nacional hasta el punto de eliminar éstos sus corresponsales. Si quedan algunos es en lugares de estratégico interés y para cubrir ciertas emergencias.
            De todas maneras, existen servicios de información sustentados en la avanzada tecnología comunicacional que permiten cubrir para suscriptores o abonados las informaciones importantes que los periódicos no tienen a su alcance por carecer de corresponsales propios o directos. También el Correo del Caroní, sin prescindir de corresponsales donde convenientemente cree su dirección deben estar, esta afiliado a esos servicios tanto a nivel nacional como internacional. Ello explica que en materia informativa pueda competir con los grandes rotativos nacionales, dándose frecuentemente el caso de que el Correo publique sucesos relevantes que no aparecen en los rotativos nacionales sino un día después.
            Muy distinto hasta treinta años atrás, ahora los editores no se preocupan demasiado para que sus diarios de la mañana salgan primero con la noticia o “el tubazo” como decimos en nuestro argot, sino en salir lo más temprano posible, tal vez atraídos por la máxima popular según la cual “quien madruga Dios lo ayuda” o “toma agua clara”  es decir, quien sale primero, primero vende. Su interés estriba en vender, en circular. El apremiado lector de la sociedad industrial cuando llega al puesto de publicaciones si no ha llegado su prensa preferida tiende a adquirir la que tiene a la vista. Y es evidente que un periódico se sustenta, fundamentalmente, con la pauta publicitaria, mucho más que con  el pregón, de allí el interés en circular temprano intentando una mayor circulación, pues a la postre, es lo que más interesa al anunciante, es decir, que su mensaje comercial llegue al mayor número de lectores posible.
            También es junto que el periódico con mayor circulación certificada pida precio más alto por su espacio. El Correo del Caroní debe y se empeña casi siempre con acierto en cubrir estos aspectos, pero invitando que lo lucrativo esté por encima de lo periodístico propiamente dicho. Si hay que sacrificar un espacio publicitario por una buena información, el Correo del Caroní de acuerdo a sus patrones ético está en capacidad de hacerlo.
            Bien es cierto que el periódico es una empresa cultural, lo ha sido siempre desde la invención de la imprenta en el siglo quince, pero debe sostenerse económicamente y generar beneficios para sus trabajadores, incluyendo a los editores, de donde se desprende y con mayor justificación en una sociedad industrial tan exigente, que el periódico es una empresa cultural pero igualmente una empresa lucrativa y tomando en cuenta ambos factores se ha convenido en un código de ética dirigido a proteger al lector que tiene de garante al periodista, al periodista profesional, al periodista de escuela, dotado de todas la herramientas técnicas, éticas, legales y humanísticas para jugar debidamente su rol en la sociedad.
            Pero como suelen decir los cristianos, “en la viña del Señor hay de todo”, hay periódicos que para asegurar una mayor circulación se salen de la regla que impone la ética del buen periodismo. Explotan el amarillismo o el sensacionalismo por su lado negativo, explotan el   bluff así como otros manejos ingratos de la información.
            No es el caso por cierto del Correo del Caroní, cuyo personal en todos los niveles tiene claro el concepto del término y las desviaciones mercantilistas de que son objeto algunos periódicos por parte de empresarios de la comunicación social contra los cuales se estrella la práctica doctrinaria del Colegio Nacional de Periodistas.
            Es históricamente evidente que al sensacionalismo se le debe prácticamente la revolución tipográfica de la prensa para llamar la atención, así como también el surgimiento del reportaje, de la entrevista y el periodismo de  calle ágil y vivaz. Con la prensa sensacionalista pudiéramos decir que comenzó el periodismo moderno, destacándose como pioneros Joseph Pulitzer, William Randolfth Hearst, Gordon Benet y Lord Northclffe, siendo de ellos Hearst el más atrevido.
            Williams Randolfth Hearst, norteamericano fallecido en 1951, editor de una cadena de periódicos que abarcaba las principales ciudades de los Estados Unidos, llegó a decir en el colmo de su sensacionalismo aquello de que “cuando un perro muerde a un niña, eso no es noticia; cuando una niña muerde a un perro, eso sí es noticia”. Una barbaridad desde el punto de la función social del periodismo, pues el hecho de que un perro muerda a un ser humano, por más común que sea el suceso, puede ser mortal si el animal está atacado de mal de rabia, lo que nunca se sabe en el momento de producirse la noticia. 
            Para Hearst abultar lo insólito como es el caso de que una niña muerda a un perro, era lo noticioso, lo interesante, lo importante. Pero si bien lo insólito despierta sensación por sí mismo, no por ello debemos promoverlo manejando la noticia en forma tal que pudiera lesionar sicológicamente en este caso a la niña, a los padres o a todos los niños penetrados por la noticia.
            Sermour Berkson, quien fuera director de un servicio de noticias (Internacional News Service),  lo advierte cuando afirma que “las noticias presentadas con exactitud muchas veces resultan sensacionales en sí mismas, pero el sensacionalismo en el manejo de éstas se halla estrictamente prohibido y no tiene perdón”.
            El sensacionalismo tiene dos caras como lo percibimos en esta cita del doctor Emil Dovifat, profesor publicista de la Universidad de Belín: “lo sensacional radica siempre en el interés del público; y cuando es publicístico, o sea, sinceramente al servicio del público, es necesario e imprescindible, pero nunca para satisfacer cualquier curiosidad apasionada o violación grosera de la vida privada. La vida esta llena de acontecimientos sombríos y hasta a veces trágico, que son conocidos, y tienen que serlo, para defender de sus causas, para prevenir de sus consecuencias y para cumplir el deber de reflejar el carácter de la época”.
            De suerte que el periodismo sensacionalista como lo afirma Dovifat tiene dos aspectos: uno positivo, vale decir, aquél que refleja interés para el público y que procura evitar causas y prevenir consecuencias, y el otro aspecto que implica manejar los sucesos con fines de suscitar y promover sensaciones con propósitos puramente lucrativos o, en otras palabras, de circular y vender más.
            Este último tipo de sensacionalismo, el puramente lucrativo, generalmente metido en el sexo, el crimen y la vida primada, es el perjudicial y al que tradicionalmente se le ha puesto color llamándolo “amarillismo”, tal vez por lo ictéricamente bilioso o por la cualidad expresiva que según estudiosos, tienen los colores, entre ellos, el amarillo asociado con la riqueza, la envidia y la maldad.
            Al sensacionalismo en su aspecto negativo habría que añadir igualmente el bluff cuando la noticia parte de algo inexistente y se le hace creer al público que una información falsa es auténtica.
            El Código de Ética del Colegio Nacional de Periodistas  sitúa el aspecto pernicioso de cierto tipo de sensacionalismo cuando advierte al comunicador en función de su misión social que no debe “deformar, falsear, alterar, tergiversar o elaborar material informativo impreso o audiovisual, cuya divulgación o publicación resulte denigrante o humillante para la condición humana” y, por lo tanto, establece como “condenable el uso de técnicas amarillistas como deformación del periodismo que afecta el derecho del pueblo a ser correctamente informado”.
            El Código de Ética igualmente es opuesto al anonimato y al uso incorrecto del seudónimo. Prohíbe la elaboración de textos, ilustraciones apócrifas, arreglos o montajes destinados a dañar la fe pública. Finalmente, considera como falta grave el comunicar de mala fe acusaciones sin pruebas o ataques injustificados a la dignidad, honor o prestigio de personas, instituciones o agrupaciones.

            Como viene observando el Correo del Caroní desde aquel sexto mes de 1977, la libertad de información insertada en los términos de la libertad genérica proclamada por todos los pueblos y reconocida por nuestra Constitución Nacional, tiene que ser para la promoción, bienestar y seguridad del hombre, para su elevación espiritual, moral y material y, por consiguiente, no debe invocarse este principio para “justificar intereses mercantiles o sensacionalistas o para convalidar tergiversaciones del mensaje informativo”. 

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