La
primera edición del Correo del Caroní,
registrada por el sexto mes de 1977, esboza a grandes rasgos, afinada
después en los años inmediatos subsiguientes, lo que será su conducta editorial
a partir del 27 de junio, fecha incluso que lo marcaba y predecía, pues era Día
del Periodista Venezolano y efemérides de su homónimo el histórico Correo
del Orinoco.
No
hubo día más ideal para la natividad de un periódico. Fue escogido a propósito
como homenaje a quien prestó su nombre para connotarlo con el del tributario
más recio y telúrico que tiene el Orinoco, y su propietario y director para el
mejor acabado de la obra le puso a la editora el nombre de Andrés Roderick, impresor
que traspuso mares y se hizo grande en estas tierras.
En
rotativa offset, la más grande y
moderna llegada a Ciudad Guayana, comenzó día a día a hilvanarse el diario standard
de David Natera Febres, que entonces constaba de dieciséis páginas distribuidas
en dos cuerpos. Posteriormente el espacio fue extendido a treinta y seis en
cuatro cuerpos, compitiendo en calidad e información con los grandes rotativos
del país.
Obviamente
que el Correo del Caroní es un periódico regional, pero la importancia
que tiene para el guayanés no es sólo por ello, por el orgullo provincial y la
calidad integral del formato, sino por la veracidad, claridad, exactitud y
equilibrio de sus informaciones y por la oportunidad dada al habitante de
aquende del Orinoco de tener acceso a la información escrita, bien sea
regional, nacional e internacional, mucho antes de comenzar a circular los
grandes rotativos nacionales.
La
calidad de la prensa de provincia y su fluida circulación incentivada también
por el bajo costo comparativo, ha restado importancia a los periódicos de
penetración nacional hasta el punto de eliminar éstos sus corresponsales. Si
quedan algunos es en lugares de estratégico interés y para cubrir ciertas
emergencias.
De
todas maneras, existen servicios de información sustentados en la avanzada
tecnología comunicacional que permiten cubrir para suscriptores o abonados las
informaciones importantes que los periódicos no tienen a su alcance por carecer
de corresponsales propios o directos. También el Correo del Caroní, sin
prescindir de corresponsales donde convenientemente cree su dirección deben
estar, esta afiliado a esos servicios tanto a nivel nacional como
internacional. Ello explica que en materia informativa pueda competir con los
grandes rotativos nacionales, dándose frecuentemente el caso de que el Correo
publique sucesos relevantes que no aparecen en los rotativos nacionales sino un
día después.
Muy
distinto hasta treinta años atrás, ahora los editores no se preocupan demasiado
para que sus diarios de la mañana salgan primero con la noticia o “el
tubazo” como decimos en nuestro argot, sino en salir lo más temprano
posible, tal vez atraídos por la máxima popular según la cual “quien
madruga Dios lo ayuda” o “toma agua clara” es decir, quien sale primero, primero vende.
Su interés estriba en vender, en circular. El apremiado lector de la sociedad
industrial cuando llega al puesto de publicaciones si no ha llegado su prensa
preferida tiende a adquirir la que tiene a la vista. Y es evidente que un
periódico se sustenta, fundamentalmente, con la pauta publicitaria, mucho más
que con el pregón, de allí el interés en
circular temprano intentando una mayor circulación, pues a la postre, es lo que
más interesa al anunciante, es decir, que su mensaje comercial llegue al mayor
número de lectores posible.
También
es junto que el periódico con mayor circulación certificada pida precio más
alto por su espacio. El Correo del Caroní debe y se empeña
casi siempre con acierto en cubrir estos aspectos, pero invitando que lo
lucrativo esté por encima de lo periodístico propiamente dicho. Si hay que
sacrificar un espacio publicitario por una buena información, el Correo
del Caroní de acuerdo a sus patrones ético está en capacidad de hacerlo.
Bien
es cierto que el periódico es una empresa cultural, lo ha sido siempre desde la
invención de la imprenta en el siglo quince, pero debe sostenerse
económicamente y generar beneficios para sus trabajadores, incluyendo a los
editores, de donde se desprende y con mayor justificación en una sociedad
industrial tan exigente, que el periódico es una empresa cultural pero
igualmente una empresa lucrativa y tomando en cuenta ambos factores se ha
convenido en un código de ética dirigido a proteger al lector que tiene de
garante al periodista, al periodista profesional, al periodista de escuela,
dotado de todas la herramientas técnicas, éticas, legales y humanísticas para
jugar debidamente su rol en la sociedad.
Pero
como suelen decir los cristianos, “en la viña del Señor hay de todo”,
hay periódicos que para asegurar una mayor circulación se salen de la regla que
impone la ética del buen periodismo. Explotan el amarillismo o el
sensacionalismo por su lado negativo, explotan el bluff así como otros manejos ingratos de la
información.
No
es el caso por cierto del Correo del Caroní, cuyo personal en
todos los niveles tiene claro el concepto del término y las desviaciones
mercantilistas de que son objeto algunos periódicos por parte de empresarios de
la comunicación social contra los cuales se estrella la práctica doctrinaria
del Colegio
Nacional de Periodistas.
Es
históricamente evidente que al sensacionalismo se le debe
prácticamente la revolución tipográfica de la prensa para llamar la atención,
así como también el surgimiento del reportaje, de la entrevista y el periodismo
de calle ágil y vivaz. Con la prensa
sensacionalista pudiéramos decir que comenzó el periodismo moderno,
destacándose como pioneros Joseph Pulitzer, William Randolfth Hearst,
Gordon Benet y Lord Northclffe, siendo de ellos Hearst el más atrevido.
Williams
Randolfth Hearst, norteamericano fallecido en 1951, editor de una cadena de
periódicos que abarcaba las principales ciudades de los Estados Unidos, llegó a
decir en el colmo de su sensacionalismo aquello de que “cuando un perro muerde a un
niña, eso no es noticia; cuando una niña muerde a un perro, eso sí es noticia”.
Una barbaridad desde el punto de la función social del periodismo, pues el
hecho de que un perro muerda a un ser humano, por más común que sea el suceso,
puede ser mortal si el animal está atacado de mal de rabia, lo que nunca se
sabe en el momento de producirse la noticia.
Para
Hearst abultar lo insólito como es el caso de que una niña muerda a un perro,
era lo noticioso, lo interesante, lo importante. Pero si bien lo insólito
despierta sensación por sí mismo, no por ello debemos promoverlo manejando la
noticia en forma tal que pudiera lesionar sicológicamente en este caso a la
niña, a los padres o a todos los niños penetrados por la noticia.
Sermour
Berkson, quien fuera director de un servicio de noticias (Internacional News
Service), lo advierte cuando afirma que “las
noticias presentadas con exactitud muchas veces resultan sensacionales en sí
mismas, pero el sensacionalismo en el manejo de éstas se halla estrictamente
prohibido y no tiene perdón”.
El sensacionalismo
tiene dos caras como lo percibimos en esta cita del doctor Emil Dovifat,
profesor publicista de la Universidad de Belín: “lo sensacional radica siempre
en el interés del público; y cuando es publicístico, o sea, sinceramente al
servicio del público, es necesario e imprescindible, pero nunca para satisfacer
cualquier curiosidad apasionada o violación grosera de la vida privada. La vida
esta llena de acontecimientos sombríos y hasta a veces trágico, que son
conocidos, y tienen que serlo, para defender de sus causas, para prevenir de
sus consecuencias y para cumplir el deber de reflejar el carácter de la época”.
De
suerte que el periodismo sensacionalista como lo afirma Dovifat tiene dos
aspectos: uno positivo, vale decir, aquél que refleja interés para el público y
que procura evitar causas y prevenir consecuencias, y el otro aspecto que
implica manejar los sucesos con fines de suscitar y promover sensaciones con
propósitos puramente lucrativos o, en otras palabras, de circular y vender más.
Este
último tipo de sensacionalismo, el puramente lucrativo, generalmente metido en
el sexo, el crimen y la vida primada, es el perjudicial y al que tradicionalmente
se le ha puesto color llamándolo “amarillismo”, tal vez por lo
ictéricamente bilioso o por la cualidad expresiva que según estudiosos, tienen
los colores, entre ellos, el amarillo asociado con la riqueza, la envidia y la
maldad.
Al
sensacionalismo en su aspecto negativo habría que añadir igualmente el bluff cuando la noticia parte de algo
inexistente y se le hace creer al público que una información falsa es
auténtica.
El
Código
de Ética del Colegio Nacional de Periodistas sitúa el aspecto pernicioso de cierto tipo de
sensacionalismo cuando advierte al comunicador en función de su misión social
que no debe “deformar, falsear, alterar, tergiversar o elaborar material
informativo impreso o audiovisual, cuya divulgación o publicación resulte
denigrante o humillante para la condición humana” y, por lo tanto,
establece como “condenable el uso de técnicas amarillistas como deformación del
periodismo que afecta el derecho del pueblo a ser correctamente informado”.
El
Código
de Ética igualmente es opuesto al anonimato y al uso incorrecto del
seudónimo. Prohíbe la elaboración de textos, ilustraciones apócrifas, arreglos
o montajes destinados a dañar la fe pública. Finalmente, considera como falta
grave el comunicar de mala fe acusaciones sin pruebas o ataques injustificados
a la dignidad, honor o prestigio de personas, instituciones o agrupaciones.
Como
viene observando el Correo del Caroní desde aquel sexto mes de 1977, la libertad de
información insertada en los términos de la libertad genérica proclamada por
todos los pueblos y reconocida por nuestra Constitución Nacional, tiene que ser
para la promoción, bienestar y seguridad del hombre, para su elevación
espiritual, moral y material y, por consiguiente, no debe invocarse este
principio para “justificar intereses mercantiles o sensacionalistas o para convalidar
tergiversaciones del mensaje informativo”.
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