Los
comunicadores sociales cuentan con un sustancial aporte, el más importante sin
duda, de Eleazar Díaz Rangel, al conocimiento de la evolución histórica de la
prensa venezolana en el siglo XX. Efectivamente,
Eleazar Díaz Rangel, ex decano de la Escuela de Comunicación Social de la
Facultad de Humanidades de la UCV, dirigente gremial de grandes jornadas por la
Ley de Colegiación, investigador y periodista agudo, escribió La Prensa Venezolana en el Siglo XX, edición
de lujo, gran formato, 218 páginas, con ilustración de Carlos Fonseca,
reproducciones de Nelson Garrido, fotografías de Ricar, diseño gráfico de
Carmen Alicia Di Pasquale y colaboración de un equipo de investigación
integrado por Aída Camacho Díaz, Nacarid Agüero Artigas, Mirilla Malpica,
Filodalisa Margic-Torres y Mardú Marrou.
Esta
obra forma parte de una serie auspiciada por la Fundación Neumann y de la cual
se conocen dos volúmenes sobre el Cine,
uno de Publicidad, de Antonio
Olivieri; el de Oswaldo Yépez, sobre la Radio y este de La Prensa Venezolana en el Siglo XX que como lo afirma su autor,
Eleazar Díaz Rangel, es paradójicamente menos conocida que la del siglo XIX, no
obstante estar los venezolanos de hoy inmersos en ella.
El
libro de Díaz Rangel ofrece un panorama lo más completo posible de la prensa
venezolana de periodicidad cotidiana y de algunas revistas y semanarios
relevantes que circularon desde 1900, tiempo de Cipriano Castro, hasta el
segundo periodo de Rafael Caldera.
El
contenido del libro lo clasifica en tres partes: la primera que examina la
evolución de la prensa a lo largo del siglo XX; la segunda, referida a los
cambios que se han venido operando desde el punto de vista tecnológico, legal y
económico, más la tercera y última parte dedicada al sistema de propiedad.
Díaz
Rangel, con la intención de ubicar al lector en el escenario político y periodístico
de 1900, pone en juego sus dotes de escritor, narrando un posible momento de Cipriano Castro
frente a la gama de periódicos de la época: El Tiempo y El Pregonero,
de valiente opinión crítica; El Constitucional, órgano parcial
del Gobierno, editado en la Imprenta Nacional, dirigido por el mulato
puertorriqueño Gumersindo Rivas; La Religión, El Cojo Ilustrado, El Boletín de la Agencia Pumar; El Fonógrafo, de
Maracaibo; El Cronista y Don Timoteo, de Valencia.
Dos
corrientes de publicaciones se perfilaban: la laudatoria y la perseguida.
Evidentemente, no funcionaba la libertad de prensa a menos que ésta se manifestara afecta a los intereses de
la Revolución
Restauradora y de su principal protagonista. Quien se atreviese a hacer
uso de ella de modo no complaciente con el oficialismo, sabía de antemano lo
que le aguardaba: suspensión o clausura del periódico y cuando no, prisión del
director o del autor de la nota objeto de la medida.
Sin
embargo, en el Oriente hubo dos diarios que circularon durante más de un año, a
los cuales el Gobierno no pudo silenciar sino con los cañones: La Revolución Libertadora
editada en Ciudad Bolívar bajo la dirección de Emilio Alcalá y La
Gaceta Oficial del Ejército Libertador, publicada en Carúpano y
redactada por Juan González y García Lezama. Díaz Rangel destaca este hecho,
pues “en
otras ocasiones, en la época de la Guerra de Independencia o, posteriormente,
durante la Guerra Federal, por ejemplo, ninguno de los ejércitos en pugna
estuvo en capacidad de imprimir diariamente siquiera un boletín informativo”.
Los
periódicos de comienzos del siglo XX hasta los años cuarenta eran escasamente
informativos. Los editores y directores parecían no tener claro el concepto
actual de la noticia o, en todo caso, no aplicaban el hexámetro técnico de las
circunstancias, por lo que en vez de diarios informativos parecían diarios de
opinión y posiblemente por ello carecían de gráficas, no obstante la existencia
del fotograbado desde 1878 en los Estados Unidos, un país con el que Venezuela
tenía fluidas relaciones comerciales.
La
primera publicación en hacer uso del fotograbado en Venezuela fue El
Zulia Ilustrado (1889) y posteriormente (1892) El Cojo Ilustrado, revista
fundada por Jesús María Herrera Irigoyen que se anotó la gran primicia de
publicar por primera vez gráficas de una guerra
interna venezolana (La Libertadora) tomadas por Enrique
Avril. Tocó a El Pregonero ser el primer diario en utilizar el fotograbado (1901), pero hasta 1905 no
publicó más de seis fotografías y la misma pobreza gráfica es observable en los
demás diarios del lapso castrista, incluyendo a El Constitucional, que no
obstante ser un diario no subvencionado, pero al servicio del oficialismo, ha
sido considerado como “la primera empresa periodística del
diarismo moderno”.
El
Constitucional, sin embargo, no perduró. Se desgració con el final de
Castro y una turba caraqueña impidió para siempre que pudiera ser restaurado y
rehabilitado. En la Imprenta Nacional emergió otro diario: El Eco Venezolano, pero
en seis meses que duró su circulación no pudo lograr la resonancia que a partir
del 3 de enero de 1913 tendría El Nuevo Diario, dirigido por el Dr.
Diógenes Escalante, no obstante defender los mismos intereses del gobierno.
El
Universal, virtualmente también era considerado como adicto a los
intereses del gobierno de Gómez. Este diario había sido fundado el primero de
abril de 1909, por el poeta carupanero Andrés Mata, quien a fines del siglo
anterior estuvo en Ciudad Bolívar junto con el escritor José María Vargas Vila,
dirigiendo el periódico Cabos Sueltos del Orinoco.
Con
la aparición de El Nuevo Diario se acabó, por contraste, la cierta tolerancia
que a la libertad de prensa venía dispensando el gobierno de Gómez. El
Nuevo Diario muy bien hubiese podido equilibrar la ofensiva de El
Pregonero, dirigido por el valiente e
indoblegable Rafael Arévalo González, pero el gobierno quería sostenerse
y continuar con todas las ventajas.
Desde
las páginas de El Pregonero, el mirandino Arévalo González, periodista que
siempre se mantuvo en la oposición, ya frente al gobierno de Andueza Palacios,
a quien llamaba “El borracho de la Casa Amarilla”, como frente a Crespo y
Castro, no podía dejar pasar o perdonar al hombre de la mulera a pesar del
préstamo de tipos sueltos de la Imprenta Nacional.
El
11 de julio de 1913 desde las insobornables páginas de su diario, lanzó la
candidatura presidencial del jurista guayanés Félix Montes, la cual fue
considerada como una provocación a las ambiciones continuistas de Gómez.
Arévalo González fue detenido y engrillado por nueve años en La
Rotunda mientras Montes tomó el camino del exilio hasta 1936, cuando ya
muerto el Dictador, López Contreras lo designó Embajador de Venezuela en
Panamá.
Queda
visto que los primeros cinco años de Gómez fueron blandos con la prensa, pero
después y de manera progresiva fue endureciendo su línea de conducta política
contra los medios impresos que deslizaran entre sus páginas notas o comentarios
urticantes contra el gobierno.
Durante
el longevo período gomecista surgieron numerosos medios impresos de circulación
diaria, pero destinados la mayoría a una vida efímera. Los que circularon
durante largo tiempo y los que sobrevivieron y aún permanecen aguardando la
llegada del año 2000, debieron ingeniárselas en contados casos para mantener un
comportamiento independiente digno o caer en el consabido servilismo laudatorio
hasta el punto de que el Gobierno, abrumado por tantos y ampulosos elogios
hechos rutina, trató de moderarlos con una circular, motivada, entre otras
razones, por el problema del congestionamiento telegráfico.
Pero
el gomecismo tenía que acabarse como efectivamente se acabó el día en que El
Libertador cumplía 105 años de muerto. Se extinguió el 17 de diciembre de 1935
cuando falleció el Director de vestimenta prusiana ante los ojos abismados de
Tarazona. Su ministro de guerra y marina, el general Eleazar López Contreras,
asumió el mando de la nación y permitió una espita para el drenaje de todas las
penas y angustias acumuladas desde que los Andinos alcanzaron el Poder con la avanzada de los sesenta
liderados por Cipriano Castro.
Junto
con el Dictador murió también El Nuevo Diario padeciendo en carne
propia los mismos desgarramientos tumultuosos de que fuera víctima El
Constitucional. Los adictos y fieles lectores de El Pregonero, El Tiempo, El
Fonógrafo, Pitorreos, Fantoche, y otros tantos, pasaron su factura y de
milagro, gracias a Leo, escapó El Heraldo de la gran furia popular
contra la prensa laudatoria.
Sobrevivieron
a Gómez los diarios caraqueños La Religión (1890), dirigido
entonces por monseñor Jesús María Pellín; El Universal (1909), por Pedro
Sotillo; La Esfera (1927), por Ramón David León y El Heraldo (1922),
dirigido por Angel Corao.
A
éstos se sumaron durante el período del general Eleazar López Contreras, el
diario Ahora, fundado por Juan de Guruceaga bajo la dirección de Luis
Barrios Cruz e importantes semanarios que contribuyeron al debate de las ideas
y formación de una conciencia democrática.
Hubo
durante la apertura democrática de López Contreras una relativa libertad de
prensa amedrentada constantemente con el fantasma del comunismo y a la que el
gobierno pretendió ponerle mordaza a través de una Junta de Censura protestada
tumultuosamente el 14 de febrero de 1936, con resultado que no pudieron evitar
las consabidas multas y suspensiones heredadas del pasado gomecista.
Pero
no obstante las piedras que todavía quedaban en el camino hacia una justa y
verdadera libertad de prensa, los diarios pudieron entrar de una vez en el
tiempo de la modernidad, siguiendo al diario Ahora, vanguardia o
puntero del periodismo contemporáneo, diagramación atractiva, dinámica, viva e
interesante, con suplementos dominicales encartados y colaboradores de la talla
intelectual de Rómulo Betancourt, quien escribía editoriales sobre economía
desde clandestinidad; Antonio Arraiz, Ramón Díaz Sánchez, Carlos D’Ascoli, Luis
Beltrán Prieto y Juan Oropeza entre otros, todo lo cual llevó a su director
Luis Barrios Cruz a la convicción de que Ahora tuvo la capacidad de poder
enseñar a la gente a valerse del periodismo y al gobierno a tener que
soportarlo.
El
libro de Eleazar Díaz Rangel, por supuesto, no se detiene en el período de
López Contreras sino que se extiende hasta culminar los tres aspectos
fundamentales de su contenido: evolución histórica de la prensa (1900-1994);
cambios en la tecnología, economía de la empresa periodística, distribución,
circulación, publicidad, desarrollo de la prensa regional, legislación. Finalmente
trata el problema de la propiedad de la prensa periodística en Venezuela,
cambios ocurridos, la existencia de cadenas y entrevistas a los editores de
grandes rotativos, incluyendo a dos representantes de la provincia.
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