miércoles, 13 de junio de 2018

LA PRENSA VENEZOLANA EN EL S. XX



            Los comunicadores sociales cuentan con un sustancial aporte, el más importante sin duda, de Eleazar Díaz Rangel, al conocimiento de la evolución histórica de la prensa venezolana en el siglo XX. Efectivamente, Eleazar Díaz Rangel, ex decano de la Escuela de Comunicación Social de la Facultad de Humanidades de la UCV, dirigente gremial de grandes jornadas por la Ley de Colegiación, investigador y periodista agudo, escribió La Prensa Venezolana en el Siglo XX, edición de lujo, gran formato, 218 páginas, con ilustración de Carlos Fonseca, reproducciones de Nelson Garrido, fotografías de Ricar, diseño gráfico de Carmen Alicia Di Pasquale y colaboración de un equipo de investigación integrado por Aída Camacho Díaz, Nacarid Agüero Artigas, Mirilla Malpica, Filodalisa Margic-Torres y Mardú Marrou.
            Esta obra forma parte de una serie auspiciada por la Fundación Neumann y de la cual se conocen dos volúmenes sobre el Cine, uno de Publicidad, de Antonio Olivieri; el de Oswaldo Yépez, sobre la Radio y este de La Prensa Venezolana en el Siglo XX que como lo afirma su autor, Eleazar Díaz Rangel, es paradójicamente menos conocida que la del siglo XIX, no obstante estar los venezolanos de hoy inmersos en ella.
            El libro de Díaz Rangel ofrece un panorama lo más completo posible de la prensa venezolana de periodicidad cotidiana y de algunas revistas y semanarios relevantes que circularon desde 1900, tiempo de Cipriano Castro, hasta el segundo periodo de Rafael Caldera.
            El contenido del libro lo clasifica en tres partes: la primera que examina la evolución de la prensa a lo largo del siglo XX; la segunda, referida a los cambios que se han venido operando desde el punto de vista tecnológico, legal y económico, más la tercera y última parte dedicada al sistema de propiedad.
            Díaz Rangel, con la intención de ubicar al lector en el escenario político y periodístico de 1900, pone en juego sus dotes de escritor, narrando un posible momento                             de Cipriano Castro frente a la gama de periódicos de la época: El Tiempo y El Pregonero, de valiente opinión crítica; El Constitucional, órgano parcial del Gobierno, editado en la Imprenta Nacional, dirigido por el mulato puertorriqueño Gumersindo Rivas; La Religión, El Cojo Ilustrado, El Boletín de la Agencia Pumar; El Fonógrafo, de Maracaibo; El Cronista y Don Timoteo, de Valencia.
            Dos corrientes de publicaciones se perfilaban: la laudatoria y la perseguida. Evidentemente, no funcionaba la libertad de prensa a menos que  ésta se manifestara afecta a los intereses de la Revolución Restauradora y de su principal protagonista. Quien se atreviese a hacer uso de ella de modo no complaciente con el oficialismo, sabía de antemano lo que le aguardaba: suspensión o clausura del periódico y cuando no, prisión del director o del autor de la nota objeto de la medida.           
            Sin embargo, en el Oriente hubo dos diarios que circularon durante más de un año, a los cuales el Gobierno no pudo silenciar sino con  los cañones: La Revolución Libertadora editada en Ciudad Bolívar bajo la dirección de Emilio Alcalá y La Gaceta Oficial del Ejército Libertador, publicada en Carúpano y redactada por Juan González y García Lezama. Díaz Rangel destaca este hecho, pues “en otras ocasiones, en la época de la Guerra de Independencia o, posteriormente, durante la Guerra Federal, por ejemplo, ninguno de los ejércitos en pugna estuvo en capacidad de imprimir diariamente siquiera un boletín informativo”.
            Los periódicos de comienzos del siglo XX hasta los años cuarenta eran escasamente informativos. Los editores y directores parecían no tener claro el concepto actual de la noticia o, en todo caso, no aplicaban el hexámetro técnico de las circunstancias, por lo que en vez de diarios informativos parecían diarios de opinión y posiblemente por ello carecían de gráficas, no obstante la existencia del fotograbado desde 1878 en los Estados Unidos, un país con el que Venezuela tenía fluidas relaciones comerciales.
            La primera publicación en hacer uso del fotograbado en Venezuela fue El Zulia Ilustrado (1889) y posteriormente (1892) El Cojo Ilustrado, revista fundada por Jesús María Herrera Irigoyen que se anotó la gran primicia de publicar por primera vez gráficas de una guerra  interna venezolana (La Libertadora) tomadas por Enrique Avril. Tocó a El Pregonero ser el primer diario en utilizar  el fotograbado (1901), pero hasta 1905 no publicó más de seis fotografías y la misma pobreza gráfica es observable en los demás diarios del lapso castrista, incluyendo a El Constitucional, que no obstante ser un diario no subvencionado, pero al servicio del oficialismo, ha sido considerado como “la primera empresa periodística del diarismo moderno”.
            El Constitucional, sin embargo, no perduró. Se desgració con el final de Castro y una turba caraqueña impidió para siempre que pudiera ser restaurado y rehabilitado. En la Imprenta Nacional emergió otro diario: El Eco Venezolano, pero en seis meses que duró su circulación no pudo lograr la resonancia que a partir del 3 de enero de 1913 tendría El Nuevo Diario, dirigido por el Dr. Diógenes Escalante, no obstante defender los mismos intereses del gobierno.
            El Universal, virtualmente también era considerado como adicto a los intereses del gobierno de Gómez. Este diario había sido fundado el primero de abril de 1909, por el poeta carupanero Andrés Mata, quien a fines del siglo anterior estuvo en Ciudad Bolívar junto con el escritor José María Vargas Vila, dirigiendo el periódico Cabos Sueltos del Orinoco.
            Con la aparición de El Nuevo Diario se acabó, por contraste, la cierta tolerancia que a la libertad de prensa venía dispensando el gobierno de Gómez. El Nuevo Diario muy bien hubiese podido equilibrar la ofensiva de El Pregonero, dirigido por el valiente e  indoblegable Rafael Arévalo González, pero el gobierno quería sostenerse y continuar con todas las ventajas.
            Desde las páginas de El Pregonero, el mirandino Arévalo González, periodista que siempre se mantuvo en la oposición, ya frente al gobierno de Andueza Palacios, a quien llamaba “El borracho de la Casa Amarilla”, como frente a Crespo y Castro, no podía dejar pasar o perdonar al hombre de la mulera a pesar del préstamo de tipos sueltos de la Imprenta Nacional.
            El 11 de julio de 1913 desde las insobornables páginas de su diario, lanzó la candidatura presidencial del jurista guayanés Félix Montes, la cual fue considerada como una provocación a las ambiciones continuistas de Gómez. Arévalo González fue detenido y engrillado por nueve años en La Rotunda mientras Montes tomó el camino del exilio hasta 1936, cuando ya muerto el Dictador, López Contreras lo designó Embajador de Venezuela en Panamá.
            Queda visto que los primeros cinco años de Gómez fueron blandos con la prensa, pero después y de manera progresiva fue endureciendo su línea de conducta política contra los medios impresos que deslizaran entre sus páginas notas o comentarios urticantes contra el gobierno.
            Durante el longevo período gomecista surgieron numerosos medios impresos de circulación diaria, pero destinados la mayoría a una vida efímera. Los que circularon durante largo tiempo y los que sobrevivieron y aún permanecen aguardando la llegada del año 2000, debieron ingeniárselas en contados casos para mantener un comportamiento independiente digno o caer en el consabido servilismo laudatorio hasta el punto de que el Gobierno, abrumado por tantos y ampulosos elogios hechos rutina, trató de moderarlos con una circular, motivada, entre otras razones, por el problema del congestionamiento telegráfico.
            Pero el gomecismo tenía que acabarse como efectivamente se acabó el día en que El Libertador cumplía 105 años de muerto. Se extinguió el 17 de diciembre de 1935 cuando falleció el Director de vestimenta prusiana ante los ojos abismados de Tarazona. Su ministro de guerra y marina, el general Eleazar López Contreras, asumió el mando de la nación y permitió una espita para el drenaje de todas las penas y angustias acumuladas desde que los Andinos alcanzaron  el Poder con la avanzada de los sesenta liderados por Cipriano Castro.
            Junto con el Dictador murió también El Nuevo Diario padeciendo en carne propia los mismos desgarramientos tumultuosos de que fuera víctima El Constitucional. Los adictos y fieles lectores de El Pregonero, El Tiempo, El Fonógrafo, Pitorreos, Fantoche, y otros tantos, pasaron su factura y de milagro, gracias a Leo, escapó El Heraldo de la gran furia popular contra la prensa laudatoria.
            Sobrevivieron a Gómez los diarios caraqueños La Religión (1890), dirigido entonces por monseñor Jesús María Pellín; El Universal (1909), por Pedro Sotillo; La Esfera (1927), por Ramón David León y El Heraldo (1922), dirigido por Angel Corao.
            A éstos se sumaron durante el período del general Eleazar López Contreras, el diario Ahora, fundado por Juan de Guruceaga bajo la dirección de Luis Barrios Cruz e importantes semanarios que contribuyeron al debate de las ideas y formación de una conciencia democrática.
            Hubo durante la apertura democrática de López Contreras una relativa libertad de prensa amedrentada constantemente con el fantasma del comunismo y a la que el gobierno pretendió ponerle mordaza a través de una Junta de Censura protestada tumultuosamente el 14 de febrero de 1936, con resultado que no pudieron evitar las consabidas multas y suspensiones heredadas del pasado gomecista. 
            Pero no obstante las piedras que todavía quedaban en el camino hacia una justa y verdadera libertad de prensa, los diarios pudieron entrar de una vez en el tiempo de la modernidad, siguiendo al diario Ahora, vanguardia o puntero del periodismo contemporáneo, diagramación atractiva, dinámica, viva e interesante, con suplementos dominicales encartados y colaboradores de la talla intelectual de Rómulo Betancourt, quien escribía editoriales sobre economía desde clandestinidad; Antonio Arraiz, Ramón Díaz Sánchez, Carlos D’Ascoli, Luis Beltrán Prieto y Juan Oropeza entre otros, todo lo cual llevó a su director Luis Barrios Cruz a la convicción de que Ahora tuvo la capacidad de poder enseñar a la gente a valerse del periodismo y al gobierno a tener que soportarlo.
            El libro de Eleazar Díaz Rangel, por supuesto, no se detiene en el período de López Contreras sino que se extiende hasta culminar los tres aspectos fundamentales de su contenido: evolución histórica de la prensa (1900-1994); cambios en la tecnología, economía de la empresa periodística, distribución, circulación, publicidad, desarrollo de la prensa regional, legislación. Finalmente trata el problema de la propiedad de la prensa periodística en Venezuela, cambios ocurridos, la existencia de cadenas y entrevistas a los editores de grandes rotativos, incluyendo a dos representantes de la provincia.


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